The Cookie Fairy (
alcesverdes) wrote2005-04-06 09:11 am
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Pregunta antes de comer 2
Disclaimer: Los personajes que los lectores reconozcan no son míos
Título: Pregunta antes de comer 2
Fandom: Harry Potter.
Autor: Fujur Preux
Summary: Omake de "Memorias...". Pelusa obtiene un nuevo talento, pero viene con un precio muy alto para todos. Parte 2/2
Rating: PG-13
Notas: El Omake sucede en Grimmauld Place, Harry tiene quince años, y se supone que es de terror. Sí, cómo no o.ou
Parte 1
—Iré a advertir a Severus. Dobby, ven conmigo. Sirius, comunícate con Dumbledore. Harry, no te alejes de Sirius.
Sirius se mordió los labios para retener el sarcasmo y pedir una buena razón por la que debían advertir a Snape. El animago se daba perfecta cuenta de que no era tiempo para bromas, y que Remus no se lo tomaría nada bien. Lo único que dijo, pues, fue “Ten cuidado”, a lo que el hombre lobo respondió con un asentimiento y una sonrisa forzada.
Sirius colocó el brazo alrededor de los hombros de Harry (procurando no aplastar a Ethlinn) mientras ambos veían a Remus alejarse por el corredor, con el fiel Dobby justo detrás.
Sin hablar, padrino y ahijado se dirigieron a la chimenea de la cocina para enlazarla con la del director de Hogwarts.
Dobby caminaba pegado a los talones del señor Remus Lupin, todos sus sentidos alerta, buscando, esperando, dispuesto a proteger al humano de cualquier peligro que pudiera presentarse.
La situación era muy delicada, pensaba el elfo. Todos los humanos estaban alterados, en especial el señor Harry Potter. La vida no era justa con el señor Harry Potter: primero perdía a su gatita, y luego ella volvía en estas condiciones tan terribles.
No, no había justicia.
Dobby creía que el señor Harry Potter merecía una suerte mucho, mucho, mucho mejor.
Se lo había prohibido, pero aún así, Dobby se hizo la solemne promesa de que trabajaría en alguna manera de mejorar las cosas para el señor Harry Potter.
Pero lo haría después.
Ahora, lo importante era apoyar al señor Remus Lupin.
Llegaron pronto a su destino. La puerta de la habitación-laboratorio del profesor Severus Snape se erigía ahora frente a ellos, negra y cerrada.
El señor Remus Lupin alargó la mano a la perilla y la hizo girar sin obtener ningún resultado.
—¡Severus! ¡Abre!
Nada.
—¡Severus! ¡Es importante!
Silencio.
—Dobby, abre la puerta.
—Sí, señor, Remus Lupin.
Uniendo la acción a la palabra, Dobby usó la facultad otorgada al ser el elfo de un Black y abrió la puerta sólo para que una pequeña sombra brincara directo a su rostro.
Dumbledore salió de la chimenea tan pronto como Sirius le explicó lo que sucedía. Ni siquiera se sacudió las cenizas antes de comenzar a dar órdenes.
Sirius se transformó. Su olfato le ayudaría a localizar a la gata y, si por alguna razón Dumbledore fallaba, con su velocidad de cuadrúpedo le permitiría atraparla con más facilidad que si permaneciera como humano.
Harry debía quedarse encerrado en la cocina. El chico de inmediato frunció el ceño y se preparó para replicar en voz alta, pero Ethlinn se movió con rapidez y le cubrió la boca y la nariz con sus anillos. Dumbledore y Sirius aprovecharon que Harry peleaba con su serpiente para que lo dejara respirar, y salieron de la habitación. Antes de alejarse, sellaron la puerta con magia.
—¡Ethlinn!—exclamó Harry jadeando furioso cuando por fin pudo quitársela de encima, mientras sujetaba la cabeza de la constrictora al nivel de sus ojos.
—Tengo miedo y me quiero quedar aquí—replicó Ethlinn con voz firme.
—Entonces quédate—el parselmouth arrojó al reptil contra el suelo—. Yo tengo que ir a ayudarlos.
—Te dijeron que no fueras.
—Siempre dicen lo mismo—gruñó Harry mientras buscaba alguna manera de salir de la cocina.
—Y nunca obedeces. ¿Sabes el ejemplo que me estás dando?
—Remus me dijo permaneciera con Sirius.
—Bueno, sí, pero el viejito barbón te dijo que te quedaras aquí...
Harry ignoró a su mascota. Trató de meter los dedos entre la puerta y el marco para moverla, pero sólo consiguió lastimarse. Se dio la vuelta, buscando una ventana o cualquier tipo de acceso que le permitiera ayudar a su padrino, a Remus y a Dumbledore.
—Caramelito, no te vayas y me dejes aquí solita...
—Si te quedas aquí, no te pasará nada.
—Si abres una puerta, Pelusa se va a poder meter. Y me da miedo.
—Cerraré la puerta antes de irme.
—¡Pero no quiero que te vayas y me dejes aquí sola!
Exasperado, el pelinegro miró a la serpiente.
—¿Quieres mostrar sentido común por una vez?
—Lo hago... No quiero morir ni tampoco quiero que te mueras...
El tono lastimero de Ethlinn logró que el enojo de Harry se aminorara. El joven se llevó la mano a la cara y la frotó.
Justo en ese momento en que su sangre se enfrió un poco, se le ocurrió la manera de escapar.
Encontrar la puerta de Snape abierta, la habitación revuelta y nadie a la vista hizo que un escalofrío recorriera la espina dorsal de Sirius, desde la base del cuello hasta la punta de la cola. El escalofrío fue prontamente reemplazado por sangre hirviendo.
Sus ojos se cubrieron de rojo a la vez que un gruñido terrible salía de su garganta.
Su cerebro fue invadido por la imagen de una cierta persona.
Sirius pegó el hocico al suelo y olfateó furiosamente, buscando el rastro de Remus. Lo encontró de inmediato, y justo en ese instante, se escuchó un fuerte ruido de cristales rotos. Sin pensarlo siquiera, el perro corrió en aquella dirección tan rápido como sus patas se lo permitieron.
No había avanzado ni tres metros cuando el olor de la sangre golpeó su nariz. Sirius redobló el paso, forzando ese cuerpo canino hasta lo imposible.
No tardó en llegar al final de su camino. Frente a sus ojos, Dobby atendía la herida en el brazo de Remus. Poco le faltó al animago para aventar al elfo hacia un lado en su afán por llegar a donde estaba el licántropo.
—¿Remus?
—Estoy bien, Sirius—respondió este con voz calmada y una leve sonrisa en sus labios, la cual tenía como único fin tranquilizar al animago—. Sólo es un pequeño corte, y Dobby lo curó ya.
—¿Qué fue lo que sucedió?
—Pelusa está persiguiendo un ratón; se mueve muy rápido y no he podido petrificarla. Cometí un error y terminó por rasguñarme el brazo, eso es todo.
Sirius no había escuchado la mitad de las palabras. Había abrazado al hombre lobo y enterrado la cara en su cuello.
Lo único que pasaba por su mente es que su Remus resultó lastimado por culpa de esa maldita gata.
La necesidad de atraparla aumentó hasta el infinito.
Snape necesitaba cardos frescos para su poción. Afortunadamente, podía encontrarlos en cantidades más que suficientes en el lado este de Grimmauld Place. Había dejado a la kneazel encerrada bajo llave en su laboratorio, así que regresar y encontrar la puerta abierta, sus cosas tiradas, a Dumbledore cubierto de ceniza y a Black corriendo en forma de perro, le ocasionó una impresión muy fuerte.
—Severus, necesitamos encontrar a tu kneazel—dijo Dumbledore tan pronto lo vio.
—La dejé encerrada aquí antes de marcharme—replicó el profesor de Pociones, tratando de no sonar muy insolente.
—Al parecer encontró la forma de escapar.
—¿Qué sucede, Albus?
—Es una antigua maldición, tan antigua que nadie sabe a ciencia cierta quién la lanzó—comenzó el anciano mago—: cuando un animal muerto es enterrado en ese jardín, su cuerpo es poseído por un espíritu maligno que hará lo posible para eliminar a los que residen en esta casa.
Snape ni siquiera se inmutó; durante su vida había escuchado y presenciado cosas aún más escalofriantes, así que se limitó a preguntar si había alguna manera de detener al kneazel.
—Lo único que se puede hacer es someterlo a la purificación del fuego.
Severus asintió levemente y se dispuso a ayudar en la persecución de Pelusa.
Harry utilizó la red flu para salir por la chimenea de la cocina y regresar a Grimmauld Place por la del recibidor. No entendía cómo no se le había ocurrido desde el principio, pero agradecía que el sistema no les hubiera pasado por la mente ni a Dumbledore ni a Sirius, o la habrían desconectado.
Ahora, lo que tenía que hacer era ir a su habitación por su varita antes de buscar a los demás para ayudarlos. Nada complicado, sobre todo ahora que Ethlinn había accedido por fin a quedarse callada mientras caminaban por los corredores de la mansión. Harry sentía la serpiente temblar dentro de su camisa. Por si acaso había algún adulto cerca, reprimió sus ganas de preguntarle cómo era posible, si los reptiles carecen de sangre caliente.
Subió las escaleras despacio, tratando de no hacer rechinar la madera. Era un poco difícil, ya que cuando deambulaba por ahí a deshoras de la noche, procuraba hacer todo el ruido posible para anunciar su presencia a quien quiera que estuviera por ahí. No quería volver a sufrir ningún susto por actividades nocturnas que era muy feliz ignorando, gracias.
Escuchó ruidos de personas corriendo que se acercaban a él no muy lejos a su izquierda, así que apretó su espalda contra la pared. Ethlinn gimió al sentirse aplastada pero, al mismo tiempo, Harry logró escuchar un sonido hueco que no dejaba lugar a duda de que había un espacio hueco detrás. Se apoyó con más fuerza y logró mover el panel de madera, exponiendo ante él la boca de lo que parecía ser un pasadizo. Estaba muy oscuro y el olor a humedad era muy fuerte.
Los pasos se acercaban, pero Harry no quería que lo encerraran de nuevo en la cocina y quedar imposibilitado para ayudar.
Entró y cerró el panel detrás de sí.
El pasillo en el que Harry se encontraba era estrecho, y el chico no podía ver más allá de su nariz. A pesar de que era tarde para hacerlo, se preguntó a dónde llevaría. Sin embargo, no podía regresar allá afuera ahora, y menos si Sirius estaba transformado en Snuffles.
—¿Dónde estamos?
—En un atajo, Eth
Y así lo esperaba en realidad.
Levantó las manos para protegerse de cualquier obstáculo que pudiera aparecer frente a él, y avanzó.
Snape y Dumbledore escucharon un ruido seco justo delante de ellos en el corredor. Aprestaron las varitas y, espalda con espalda, buscaron a su alrededor una pequeña y ágil figura negra. Nada vieron, mas se quedaron ahí, tensos, por unos momentos, hasta que escucharon los ladridos de un perro no demasiado lejos.
Cuando llegaro allá, vieron que, con las patas delanteras, Black golpeaba frenéticamente la pared mientras que Lupin intentaba alejarlo jalándolo de la piel del cuello.
Snape dijo para sí que sería más fácil si le pusieran un collar y una correa. Y un bozal.
—Pelusa entró por el agujero antes que pudiera detenerla—gruñó el animago, dando un puñetazo final al muro.
—¿Así que ahora está dentro de la pared? Tendremos que derribarla.
—No será necesario—dijo Sirius—. Detrás hay un pasadizo secreto con sólo dos salidas: una se encuentra allá atrás y la otra está en la biblioteca. Si nos dividimos y entramos dos de nosotros por cada extremo, podremos acorralarla sin problemas.
—Vaya, piensa—señaló Severus sin poder evitarlo y más que nada por costumbre.
—Sirius, tranquilo—intervino Remus colocando un brazo delante del aludido—. No hay tiempo.
El dueño de la casa indicó donde encontrar la entrada al pasadizo que mencionó primero. Albus y Severus la encontraron con facilidad y entraron.
—Está muy oscuro aquí y me da miedo.
—Tranquilízate, Eth.
—Ni siquiera sabes a dónde vamos. Nos hubiéramos quedado en la cocina.
—No—respondió Harry, cortante—. Este camino tiene que llevarnos a alguna parte. No parece que se bifurque.
—¿Que se qué?
—Que se divida.
—Ah. Pero, ¿si lo hace? ¿Para dónde iremos?
—Eso depende en gran medida de a dónde quieran ir—intervino una tercera voz.
Parselmouth y serpiente se sobresaltaron por igual. Por instinto, giraron las cabezas, buscando al emisor. Vieron delante de ellos dos órbitas brillantes suspendidas a poca distancia del suelo.
—¿Pe-Pelus?—masculló Ethlinn.
—La misma que maúlla y ronronea.
—¿Qué haces aquí?
—Estoy burlando a un perro que me perseguía quién sabe por qué.
—¿Sirius?
—Seh—replicó Pelusa.
—¿Estás segura de que no sabes por qué te perseguían?
—Bueno... a decir verdad... ¿Tú crees que sea porque arañé al otro humano? Qué delicados, sinceramente. Y la culpa fue suya por querer interrumpirme a la mitad de una cacería.
—¿A quién arañaste?
—Al otro humano. Al que duerme con el perro, no al que duerme conmigo.
—¿Remus?—susurró Harry mientras sentía que sus mejillas se teñían de rojo gracias a la referencia hecha por la gata—. ¿Lo lastimaste?
—No... mucho. Sólo le di un pequeño escarmiento por entrometido. Por cierto, ¿hacia dónde van? Quiero salir, pero no sé si ir por allá o por acá, así que los acompaño.
—¡El tío Remus no es ningún entrometido!
—Lo es, pequeña Eth. De no haber sido por él, habría atrapado mi ratón.
—Si no quiso que lo atraparas entonces es porque no debías hacerlo.
—¿Y qué le importa lo que yo haga o deshaga? Entrometido, entrometido, ¡entrometido!
Harry nunca habría creído a Eth capaz de semejante rapidez de no haber sentido cómo el cuerpo de la serpiente se desenrollaba de su cuello y se lanzaba hacia el lugar donde brillaban los ojos de Pelusa, los cuales dejó de ver justo en ese instante. A partir de ese momento sólo pudo escuchar una mezcla de maullidos, bufidos, gruñidos y siseos al azar.
—¡Basta! ¡Ethlinn! ¡Pelusa!
Potter extendió los brazos y, guiándose por el sonido, trató de atrapar los animales para detenerlos, mas de nada le sirvió. La kneazel y la serpiente se movían muy rápido y estaban demasiado ofuscadas como para escucharlo.
Por fortuna, la pelea duró poco.
Por desgracia, la aparición de la luz fue repentina e intensa, al punto del dolor. Harry se llevó las manos a los ojos en un tardío intento de protegerlos; pasaría un poco de tiempo antes que pudiera ver nuevamente con normalidad.
—¡Lumos máxima!
—¡Petrificus totallus!
Ambos hechizos se sucedieron tan rápidamente que Harry no supo a ciencia cierta cuál fue dicho primero.
Antes que pudiera recuperarse de la impresión, un enorme peso lo tumbó de espaldas contra el frío piso del pasillo secreto. Al instante, sintió un aliento cálido cerca de su rostro y escuchó un gruñido sordo y continuado muy, muy cerca.
Sirius.
Enojado.
Era muy tarde para arrepentirse de abandonar la cocina.
Desde que llegaron a Grimmauld Place, Riordan había pasado la mayor parte del tiempo en la biblioteca, dichosamente desconectado de lo que sucedía allá afuera. Su felicidad fue interrumpida cuando Lupin y Black entraron de manera intempestiva y con expresiones que no auguraban nada bueno. En su afán de averiguar lo que sucedía, ya que sin duda tendría que ver con su amo, Riordan reptó tras los humanos a través del oscuro pasadizo cuya puerta habían abierto, sólo para quedar más confundido que antes.
Escuchó gritos de Ethlinn discutiendo con alguien sobre Lupin, y después ruidos de pelea antes que alguien iluminara el lugar y petrificara a los contrincantes.
Los espacios en blanco los llenó con lo que escuchó discutir a los otros humanos y con lo poco que su joven amo le dijo. Riordan no insistió mucho, debido a que era obvio que Harry estaba demasiado perplejo como para cooperar en las indagaciones de la constrictora macho. Black, quien dejó el castigo del amo para después, creía que Ethlinn se enzarzó en la pelea con Pelusa por proteger a su ahijado. Dicho ahijado se veía muy incómodo; seguro no sabía cómo comenzar a explicar el verdadero porqué de la riña, si acaso lo consideraba siquiera, suspiró Riordan internamente.
Era un poco espeluznante descubrir el lado agresivo de su hermana. Era por lo regular tan infantil, que Riordan jamás pensó que lo tuviera. Pero ahí estaba ella, sobre la mesa, petrificada alrededor de Pelusa, con las fauces abiertas y una expresión de furia que lo hizo reconsiderar las veces que la había molestado con respecto al humano Lupin.
El director de Hogwarts se acercó a la mesa y, con un toque de su varita, despetrificó a Ethlinn. La serpiente estaba, por supuesto, muy confundida. Lo primero que hizo fue ubicar a Harry, arrastrase hacia él y subirse a su cuello, como de costumbre.
Ahora, sólo quedaba Pelusa.
—¿De verdad van a quemarla?—preguntó Harry, mordiendo su labio inferior.
—Debe pasar por la purificación del fuego, sí—asintió Dumbledore—, pero se trata de un fuego ritual que no la incinerará. Sólo ahuyentará el espíritu que se apoderó de ella.
—¿Y después?
—Pelusa ya estaba muerta—intervino Remus en voz baja y suave, colocando una mano sobre el hombro del chico.
Harry bajó la cabeza.
Los preparativos comenzaron.
En muy poco tiempo, un enorme fuego se elevaba en medio del patio maldito. Alrededor de él, las figuras encapuchadas recitaban cánticos en un idioma olvidado casi por completo, arrancados de Kreacher casi a la fuerza. Al poco tiempo, el fuego alcanzó una tonalidad verdosa.
—Pobre Pelusa...—sollozó Ethlinn.
—Ella está muerta desde ayer.—dijo Riordan.
—¿No tienes corazón?
—Hay que ser realistas, Ethlinn.
—Me caes mal...
—¡No es mí culpa! ¡Así es la vida!
—¡Entonces la vida me cae mal!
Harry insistió en ser quien lanzara el cuerpo aún petrificado de la kneazel a la hoguera. Nadie se opuso.
—Adiós, Pelusa—susurró el chico, y la arrojó.
En el momento en el que el cuerpo del animal tocó las llamas, se escuchó un chirrido espectral, el humo se espesó y las llamas se volvieron negras por un instante antes de apagarse por completo.
—Tenía que suceder eso, ¿verdad?—susurró Sirius al oído de Remus.
—No lo sé—respondió el hombre lobo sin despegar la vista de lo que había sido una espectacular fogata. Seguido de Sirius, Remus se reunió con Dumbledore y Snape frente a los trozos de madera humeante.
El cuerpo de la gata estaba ahí, inerte. Ni siquiera tenía encima rastros de ceniza.
—¿Qué sucede?
—No lo sé...
De pronto, Pelusa comenzó a moverse.
Sirius, Remus, Severus y Albus sacaron sus varitas y las apuntaron hacia la kneazel. Ignorándolos, esta se incorporó, se sentó y se lamió las almohadillas de las patas mientras ronroneaba.
—¿Pelusa?—llamó Harry. El chico trató de acerarse más, pero Sirius lo tomó de la túnica y lo retuvo junto a él.
La gata dejó de lamerse, miró a los humanos a los ojos, respondió con un maullido muy suave y caminó hacia ellos para frotarse contra las piernas de Snape.
Harry nunca había investigado tanto en tan poco tiempo, ni siquiera en la noche previa a la entrega de un ensayo. Sin embargo, a pesar de que lo que estaba en riesgo era la vida de todos, se sentía menos presionado; tal vez por la ausencia de Hermione.
Kreacher no fue de mucha ayuda. Se limitó a encogerse de hombros y a decir entre sonrisas torcidas que los señores se encargaban de todo y que él no participaba nunca en los rituales a los que no era llamado.
Sirius volvió a encerrarlo en el baúl y fue a revolver los papeles personales de sus padres mientras los demás, incluyendo a Ethlinn y a Riordan, inspeccionaban la biblioteca.
Pelusa estaba encerrada dentro una jaula, la cual pusieron en un lugar visible. Parecía que la kneazel ya no era parselmouth y que todo había vuelto a la normalidad, pero confiarse podría resultar contraproducente.
Por fin, Sirius hizo acto de presencia levantando en alto el diario de un tatatatatatatatatatatatatatarabuelo donde se confesaban los pormenores de la dichosa maldición. El libro parecía datar de mucho tiempo antes de la invención de la imprenta, pero a pesar de eso, las hojas se encontraban en perfecto estado; quizás tendrían algún hechizo protector, como los libros de Hogwarts.
De acuerdo al libro, Kreacher mintió, pero mintió sin saberlo, según tuvo que admitir el mismo Sirius.
La maldición existía por razones que Harry no pudo ver porque su padrino cerró el volumen cuando se dio cuenta de que el joven lo estaba leyendo. El animago aclaró en voz alta que se trataba de un secreto familiar que sólo podía conocer el patriarca en turno de los Black. Harry enrojeció y quiso dar un paso hacia atrás, pero la mano de Sirius en su hombro no lo permitió. El joven vio en el rostro del mago adulto una expresión mezcla de “no tiene importancia” y de “te juro que es por tu propio bien” que logró ponerlo más nervioso que antes.
Sirius anunció que Pelusa no sólo había vuelto a la normalidad, sino que (y aquí el animago esbozó una sonrisa un tanto nerviosa) en primer lugar nunca fue poseída; la maldición del demonio del jardín sólo operaba en criaturas sin magia oscura inherente. Como Pelusa antes de morir se convirtió en parselmouth, y el parseltongue era una habilidad de magia oscura per sè (con perdón de Harry), la magia del jardín reconoció al animal como uno de los suyos, y simplemente la devolvió a la vida.
—¿Entonces todo esto que pasamos fue para nada?
—En realidad no—respondió Sirius mientras hacía algunas anotaciones en un pergamino recién sacado de entre su túnica—. Ahora ese jardín pasa a la lista de los que hay que clausurar y exorcizar. Y esa gata aún debe pagar por haber arañado a Remus...
—Ella dijo que lo hizo porque Remus la interrumpió en medio de una cacería...
—Harry, no la defiendas.
—Sirius, ya basta—intervino Remus—. Fue sólo un pequeño rasguño. He sufrido heridas mucho peores.
Cuando los ojos de Sirius se empañaron ligeramente, Harry entendió que su padrino se daba cuenta cabal de a qué se refería Remus. Animago y hombre lobo intercambiaron entonces una mirada que hizo que Snape farfullara algo sobre el violín más pequeño del mundo.
—Como todo está bien ahora, debo retirarme a terminar el papeleo que dejé pendiente en mi oficina—anunció Dumbledore, y añadió:—. Severus, por favor, permanece aquí y asiste a Sirius con el exorcismo de los jardines.
Una vez dicho esto, Dumbledore saltó a las llamas de la chimenea de la biblioteca y salió en su despacho antes de que ni Snape ni Sirius pudieran protestar. Los dos eternos enemigos sólo atinaron a mirarse mutuamente a los ojos. Harry casi podía ver chispas brincando en medio de ellos, y estaba seguro que el asunto no tardaría en pasar a mayores. El chico se mordió el labio inferior e instintivamente retrocedió un par de pasos, buscando un lugar donde refugiarse. Mas, de repente, escuchó un fuerte pisotón que le recordó la presencia de Remus. Y seguramente también se la recordó a Sirius y a Snape, pues estos dos se dieron la espalda de inmediato.
—Sirius, necesito que me ayudes con algo—dijo Remus, evitando el surgimiento de un silencio incómodo.
—Claro. ¿Qué necesitas?
Sin dar explicaciones, el licántropo tomó del brazo al animago y lo llevó arrastrando hacia la puerta. Snape, por su parte, tomó a Pelusa en brazos y regresó al laboratorio. Cuando pasó a su lado, Harry alcanzó a escuchar que decía cosas sobre kneazels reciclables.
El parselmouth suspiró. Su vida era demasiado extraña. Tal vez debería hacerle caso a Collin y permitir que su biografía se vendiera entre los muggles como una novela fantástica. El chico fue hacia Ethlinn (todavía muy confundida) y a Riordan (muy fastidiado por las preguntas de su hermana) para llevárselos a su habitación y reflexionar sobre el asunto.
Huyendo de Ethlinn, Riordan se había movido casi al lugar donde Remus había estado parado. Cuando se agachó a recogerlos, Harry vio que lo que Remus había aplastado fue una cucaracha. Y cuando se incorporó de nuevo, vio que tanto su padrino como el hombre lobo trataban de atrapar un cuervo.
Título: Pregunta antes de comer 2
Fandom: Harry Potter.
Autor: Fujur Preux
Summary: Omake de "Memorias...". Pelusa obtiene un nuevo talento, pero viene con un precio muy alto para todos. Parte 2/2
Rating: PG-13
Notas: El Omake sucede en Grimmauld Place, Harry tiene quince años, y se supone que es de terror.
Parte 1
Si no domesticamos a todos los felinos fue exclusivamente por razones de tamaño, utilidad y costo de mantenimiento. Nos hemos conformado con el gato, que come poco y que de vez en cuando se acuerda de su origen y nos da un leve arañazo.
~ Juan José Arreola, Bestiario
—Iré a advertir a Severus. Dobby, ven conmigo. Sirius, comunícate con Dumbledore. Harry, no te alejes de Sirius.
Sirius se mordió los labios para retener el sarcasmo y pedir una buena razón por la que debían advertir a Snape. El animago se daba perfecta cuenta de que no era tiempo para bromas, y que Remus no se lo tomaría nada bien. Lo único que dijo, pues, fue “Ten cuidado”, a lo que el hombre lobo respondió con un asentimiento y una sonrisa forzada.
Sirius colocó el brazo alrededor de los hombros de Harry (procurando no aplastar a Ethlinn) mientras ambos veían a Remus alejarse por el corredor, con el fiel Dobby justo detrás.
Sin hablar, padrino y ahijado se dirigieron a la chimenea de la cocina para enlazarla con la del director de Hogwarts.
Dobby caminaba pegado a los talones del señor Remus Lupin, todos sus sentidos alerta, buscando, esperando, dispuesto a proteger al humano de cualquier peligro que pudiera presentarse.
La situación era muy delicada, pensaba el elfo. Todos los humanos estaban alterados, en especial el señor Harry Potter. La vida no era justa con el señor Harry Potter: primero perdía a su gatita, y luego ella volvía en estas condiciones tan terribles.
No, no había justicia.
Dobby creía que el señor Harry Potter merecía una suerte mucho, mucho, mucho mejor.
Se lo había prohibido, pero aún así, Dobby se hizo la solemne promesa de que trabajaría en alguna manera de mejorar las cosas para el señor Harry Potter.
Pero lo haría después.
Ahora, lo importante era apoyar al señor Remus Lupin.
Llegaron pronto a su destino. La puerta de la habitación-laboratorio del profesor Severus Snape se erigía ahora frente a ellos, negra y cerrada.
El señor Remus Lupin alargó la mano a la perilla y la hizo girar sin obtener ningún resultado.
—¡Severus! ¡Abre!
Nada.
—¡Severus! ¡Es importante!
Silencio.
—Dobby, abre la puerta.
—Sí, señor, Remus Lupin.
Uniendo la acción a la palabra, Dobby usó la facultad otorgada al ser el elfo de un Black y abrió la puerta sólo para que una pequeña sombra brincara directo a su rostro.
Dumbledore salió de la chimenea tan pronto como Sirius le explicó lo que sucedía. Ni siquiera se sacudió las cenizas antes de comenzar a dar órdenes.
Sirius se transformó. Su olfato le ayudaría a localizar a la gata y, si por alguna razón Dumbledore fallaba, con su velocidad de cuadrúpedo le permitiría atraparla con más facilidad que si permaneciera como humano.
Harry debía quedarse encerrado en la cocina. El chico de inmediato frunció el ceño y se preparó para replicar en voz alta, pero Ethlinn se movió con rapidez y le cubrió la boca y la nariz con sus anillos. Dumbledore y Sirius aprovecharon que Harry peleaba con su serpiente para que lo dejara respirar, y salieron de la habitación. Antes de alejarse, sellaron la puerta con magia.
—¡Ethlinn!—exclamó Harry jadeando furioso cuando por fin pudo quitársela de encima, mientras sujetaba la cabeza de la constrictora al nivel de sus ojos.
—Tengo miedo y me quiero quedar aquí—replicó Ethlinn con voz firme.
—Entonces quédate—el parselmouth arrojó al reptil contra el suelo—. Yo tengo que ir a ayudarlos.
—Te dijeron que no fueras.
—Siempre dicen lo mismo—gruñó Harry mientras buscaba alguna manera de salir de la cocina.
—Y nunca obedeces. ¿Sabes el ejemplo que me estás dando?
—Remus me dijo permaneciera con Sirius.
—Bueno, sí, pero el viejito barbón te dijo que te quedaras aquí...
Harry ignoró a su mascota. Trató de meter los dedos entre la puerta y el marco para moverla, pero sólo consiguió lastimarse. Se dio la vuelta, buscando una ventana o cualquier tipo de acceso que le permitiera ayudar a su padrino, a Remus y a Dumbledore.
—Caramelito, no te vayas y me dejes aquí solita...
—Si te quedas aquí, no te pasará nada.
—Si abres una puerta, Pelusa se va a poder meter. Y me da miedo.
—Cerraré la puerta antes de irme.
—¡Pero no quiero que te vayas y me dejes aquí sola!
Exasperado, el pelinegro miró a la serpiente.
—¿Quieres mostrar sentido común por una vez?
—Lo hago... No quiero morir ni tampoco quiero que te mueras...
El tono lastimero de Ethlinn logró que el enojo de Harry se aminorara. El joven se llevó la mano a la cara y la frotó.
Justo en ese momento en que su sangre se enfrió un poco, se le ocurrió la manera de escapar.
Encontrar la puerta de Snape abierta, la habitación revuelta y nadie a la vista hizo que un escalofrío recorriera la espina dorsal de Sirius, desde la base del cuello hasta la punta de la cola. El escalofrío fue prontamente reemplazado por sangre hirviendo.
Sus ojos se cubrieron de rojo a la vez que un gruñido terrible salía de su garganta.
Su cerebro fue invadido por la imagen de una cierta persona.
Sirius pegó el hocico al suelo y olfateó furiosamente, buscando el rastro de Remus. Lo encontró de inmediato, y justo en ese instante, se escuchó un fuerte ruido de cristales rotos. Sin pensarlo siquiera, el perro corrió en aquella dirección tan rápido como sus patas se lo permitieron.
No había avanzado ni tres metros cuando el olor de la sangre golpeó su nariz. Sirius redobló el paso, forzando ese cuerpo canino hasta lo imposible.
No tardó en llegar al final de su camino. Frente a sus ojos, Dobby atendía la herida en el brazo de Remus. Poco le faltó al animago para aventar al elfo hacia un lado en su afán por llegar a donde estaba el licántropo.
—¿Remus?
—Estoy bien, Sirius—respondió este con voz calmada y una leve sonrisa en sus labios, la cual tenía como único fin tranquilizar al animago—. Sólo es un pequeño corte, y Dobby lo curó ya.
—¿Qué fue lo que sucedió?
—Pelusa está persiguiendo un ratón; se mueve muy rápido y no he podido petrificarla. Cometí un error y terminó por rasguñarme el brazo, eso es todo.
Sirius no había escuchado la mitad de las palabras. Había abrazado al hombre lobo y enterrado la cara en su cuello.
Lo único que pasaba por su mente es que su Remus resultó lastimado por culpa de esa maldita gata.
La necesidad de atraparla aumentó hasta el infinito.
Snape necesitaba cardos frescos para su poción. Afortunadamente, podía encontrarlos en cantidades más que suficientes en el lado este de Grimmauld Place. Había dejado a la kneazel encerrada bajo llave en su laboratorio, así que regresar y encontrar la puerta abierta, sus cosas tiradas, a Dumbledore cubierto de ceniza y a Black corriendo en forma de perro, le ocasionó una impresión muy fuerte.
—Severus, necesitamos encontrar a tu kneazel—dijo Dumbledore tan pronto lo vio.
—La dejé encerrada aquí antes de marcharme—replicó el profesor de Pociones, tratando de no sonar muy insolente.
—Al parecer encontró la forma de escapar.
—¿Qué sucede, Albus?
—Es una antigua maldición, tan antigua que nadie sabe a ciencia cierta quién la lanzó—comenzó el anciano mago—: cuando un animal muerto es enterrado en ese jardín, su cuerpo es poseído por un espíritu maligno que hará lo posible para eliminar a los que residen en esta casa.
Snape ni siquiera se inmutó; durante su vida había escuchado y presenciado cosas aún más escalofriantes, así que se limitó a preguntar si había alguna manera de detener al kneazel.
—Lo único que se puede hacer es someterlo a la purificación del fuego.
Severus asintió levemente y se dispuso a ayudar en la persecución de Pelusa.
Harry utilizó la red flu para salir por la chimenea de la cocina y regresar a Grimmauld Place por la del recibidor. No entendía cómo no se le había ocurrido desde el principio, pero agradecía que el sistema no les hubiera pasado por la mente ni a Dumbledore ni a Sirius, o la habrían desconectado.
Ahora, lo que tenía que hacer era ir a su habitación por su varita antes de buscar a los demás para ayudarlos. Nada complicado, sobre todo ahora que Ethlinn había accedido por fin a quedarse callada mientras caminaban por los corredores de la mansión. Harry sentía la serpiente temblar dentro de su camisa. Por si acaso había algún adulto cerca, reprimió sus ganas de preguntarle cómo era posible, si los reptiles carecen de sangre caliente.
Subió las escaleras despacio, tratando de no hacer rechinar la madera. Era un poco difícil, ya que cuando deambulaba por ahí a deshoras de la noche, procuraba hacer todo el ruido posible para anunciar su presencia a quien quiera que estuviera por ahí. No quería volver a sufrir ningún susto por actividades nocturnas que era muy feliz ignorando, gracias.
Escuchó ruidos de personas corriendo que se acercaban a él no muy lejos a su izquierda, así que apretó su espalda contra la pared. Ethlinn gimió al sentirse aplastada pero, al mismo tiempo, Harry logró escuchar un sonido hueco que no dejaba lugar a duda de que había un espacio hueco detrás. Se apoyó con más fuerza y logró mover el panel de madera, exponiendo ante él la boca de lo que parecía ser un pasadizo. Estaba muy oscuro y el olor a humedad era muy fuerte.
Los pasos se acercaban, pero Harry no quería que lo encerraran de nuevo en la cocina y quedar imposibilitado para ayudar.
Entró y cerró el panel detrás de sí.
El pasillo en el que Harry se encontraba era estrecho, y el chico no podía ver más allá de su nariz. A pesar de que era tarde para hacerlo, se preguntó a dónde llevaría. Sin embargo, no podía regresar allá afuera ahora, y menos si Sirius estaba transformado en Snuffles.
—¿Dónde estamos?
—En un atajo, Eth
Y así lo esperaba en realidad.
Levantó las manos para protegerse de cualquier obstáculo que pudiera aparecer frente a él, y avanzó.
Snape y Dumbledore escucharon un ruido seco justo delante de ellos en el corredor. Aprestaron las varitas y, espalda con espalda, buscaron a su alrededor una pequeña y ágil figura negra. Nada vieron, mas se quedaron ahí, tensos, por unos momentos, hasta que escucharon los ladridos de un perro no demasiado lejos.
Cuando llegaro allá, vieron que, con las patas delanteras, Black golpeaba frenéticamente la pared mientras que Lupin intentaba alejarlo jalándolo de la piel del cuello.
Snape dijo para sí que sería más fácil si le pusieran un collar y una correa. Y un bozal.
—Pelusa entró por el agujero antes que pudiera detenerla—gruñó el animago, dando un puñetazo final al muro.
—¿Así que ahora está dentro de la pared? Tendremos que derribarla.
—No será necesario—dijo Sirius—. Detrás hay un pasadizo secreto con sólo dos salidas: una se encuentra allá atrás y la otra está en la biblioteca. Si nos dividimos y entramos dos de nosotros por cada extremo, podremos acorralarla sin problemas.
—Vaya, piensa—señaló Severus sin poder evitarlo y más que nada por costumbre.
—Sirius, tranquilo—intervino Remus colocando un brazo delante del aludido—. No hay tiempo.
El dueño de la casa indicó donde encontrar la entrada al pasadizo que mencionó primero. Albus y Severus la encontraron con facilidad y entraron.
—Está muy oscuro aquí y me da miedo.
—Tranquilízate, Eth.
—Ni siquiera sabes a dónde vamos. Nos hubiéramos quedado en la cocina.
—No—respondió Harry, cortante—. Este camino tiene que llevarnos a alguna parte. No parece que se bifurque.
—¿Que se qué?
—Que se divida.
—Ah. Pero, ¿si lo hace? ¿Para dónde iremos?
—Eso depende en gran medida de a dónde quieran ir—intervino una tercera voz.
Parselmouth y serpiente se sobresaltaron por igual. Por instinto, giraron las cabezas, buscando al emisor. Vieron delante de ellos dos órbitas brillantes suspendidas a poca distancia del suelo.
—¿Pe-Pelus?—masculló Ethlinn.
—La misma que maúlla y ronronea.
—¿Qué haces aquí?
—Estoy burlando a un perro que me perseguía quién sabe por qué.
—¿Sirius?
—Seh—replicó Pelusa.
—¿Estás segura de que no sabes por qué te perseguían?
—Bueno... a decir verdad... ¿Tú crees que sea porque arañé al otro humano? Qué delicados, sinceramente. Y la culpa fue suya por querer interrumpirme a la mitad de una cacería.
—¿A quién arañaste?
—Al otro humano. Al que duerme con el perro, no al que duerme conmigo.
—¿Remus?—susurró Harry mientras sentía que sus mejillas se teñían de rojo gracias a la referencia hecha por la gata—. ¿Lo lastimaste?
—No... mucho. Sólo le di un pequeño escarmiento por entrometido. Por cierto, ¿hacia dónde van? Quiero salir, pero no sé si ir por allá o por acá, así que los acompaño.
—¡El tío Remus no es ningún entrometido!
—Lo es, pequeña Eth. De no haber sido por él, habría atrapado mi ratón.
—Si no quiso que lo atraparas entonces es porque no debías hacerlo.
—¿Y qué le importa lo que yo haga o deshaga? Entrometido, entrometido, ¡entrometido!
Harry nunca habría creído a Eth capaz de semejante rapidez de no haber sentido cómo el cuerpo de la serpiente se desenrollaba de su cuello y se lanzaba hacia el lugar donde brillaban los ojos de Pelusa, los cuales dejó de ver justo en ese instante. A partir de ese momento sólo pudo escuchar una mezcla de maullidos, bufidos, gruñidos y siseos al azar.
—¡Basta! ¡Ethlinn! ¡Pelusa!
Potter extendió los brazos y, guiándose por el sonido, trató de atrapar los animales para detenerlos, mas de nada le sirvió. La kneazel y la serpiente se movían muy rápido y estaban demasiado ofuscadas como para escucharlo.
Por fortuna, la pelea duró poco.
Por desgracia, la aparición de la luz fue repentina e intensa, al punto del dolor. Harry se llevó las manos a los ojos en un tardío intento de protegerlos; pasaría un poco de tiempo antes que pudiera ver nuevamente con normalidad.
—¡Lumos máxima!
—¡Petrificus totallus!
Ambos hechizos se sucedieron tan rápidamente que Harry no supo a ciencia cierta cuál fue dicho primero.
Antes que pudiera recuperarse de la impresión, un enorme peso lo tumbó de espaldas contra el frío piso del pasillo secreto. Al instante, sintió un aliento cálido cerca de su rostro y escuchó un gruñido sordo y continuado muy, muy cerca.
Sirius.
Enojado.
Era muy tarde para arrepentirse de abandonar la cocina.
Desde que llegaron a Grimmauld Place, Riordan había pasado la mayor parte del tiempo en la biblioteca, dichosamente desconectado de lo que sucedía allá afuera. Su felicidad fue interrumpida cuando Lupin y Black entraron de manera intempestiva y con expresiones que no auguraban nada bueno. En su afán de averiguar lo que sucedía, ya que sin duda tendría que ver con su amo, Riordan reptó tras los humanos a través del oscuro pasadizo cuya puerta habían abierto, sólo para quedar más confundido que antes.
Escuchó gritos de Ethlinn discutiendo con alguien sobre Lupin, y después ruidos de pelea antes que alguien iluminara el lugar y petrificara a los contrincantes.
Los espacios en blanco los llenó con lo que escuchó discutir a los otros humanos y con lo poco que su joven amo le dijo. Riordan no insistió mucho, debido a que era obvio que Harry estaba demasiado perplejo como para cooperar en las indagaciones de la constrictora macho. Black, quien dejó el castigo del amo para después, creía que Ethlinn se enzarzó en la pelea con Pelusa por proteger a su ahijado. Dicho ahijado se veía muy incómodo; seguro no sabía cómo comenzar a explicar el verdadero porqué de la riña, si acaso lo consideraba siquiera, suspiró Riordan internamente.
Era un poco espeluznante descubrir el lado agresivo de su hermana. Era por lo regular tan infantil, que Riordan jamás pensó que lo tuviera. Pero ahí estaba ella, sobre la mesa, petrificada alrededor de Pelusa, con las fauces abiertas y una expresión de furia que lo hizo reconsiderar las veces que la había molestado con respecto al humano Lupin.
El director de Hogwarts se acercó a la mesa y, con un toque de su varita, despetrificó a Ethlinn. La serpiente estaba, por supuesto, muy confundida. Lo primero que hizo fue ubicar a Harry, arrastrase hacia él y subirse a su cuello, como de costumbre.
Ahora, sólo quedaba Pelusa.
—¿De verdad van a quemarla?—preguntó Harry, mordiendo su labio inferior.
—Debe pasar por la purificación del fuego, sí—asintió Dumbledore—, pero se trata de un fuego ritual que no la incinerará. Sólo ahuyentará el espíritu que se apoderó de ella.
—¿Y después?
—Pelusa ya estaba muerta—intervino Remus en voz baja y suave, colocando una mano sobre el hombro del chico.
Harry bajó la cabeza.
Los preparativos comenzaron.
En muy poco tiempo, un enorme fuego se elevaba en medio del patio maldito. Alrededor de él, las figuras encapuchadas recitaban cánticos en un idioma olvidado casi por completo, arrancados de Kreacher casi a la fuerza. Al poco tiempo, el fuego alcanzó una tonalidad verdosa.
—Pobre Pelusa...—sollozó Ethlinn.
—Ella está muerta desde ayer.—dijo Riordan.
—¿No tienes corazón?
—Hay que ser realistas, Ethlinn.
—Me caes mal...
—¡No es mí culpa! ¡Así es la vida!
—¡Entonces la vida me cae mal!
Harry insistió en ser quien lanzara el cuerpo aún petrificado de la kneazel a la hoguera. Nadie se opuso.
—Adiós, Pelusa—susurró el chico, y la arrojó.
En el momento en el que el cuerpo del animal tocó las llamas, se escuchó un chirrido espectral, el humo se espesó y las llamas se volvieron negras por un instante antes de apagarse por completo.
—Tenía que suceder eso, ¿verdad?—susurró Sirius al oído de Remus.
—No lo sé—respondió el hombre lobo sin despegar la vista de lo que había sido una espectacular fogata. Seguido de Sirius, Remus se reunió con Dumbledore y Snape frente a los trozos de madera humeante.
El cuerpo de la gata estaba ahí, inerte. Ni siquiera tenía encima rastros de ceniza.
—¿Qué sucede?
—No lo sé...
De pronto, Pelusa comenzó a moverse.
Sirius, Remus, Severus y Albus sacaron sus varitas y las apuntaron hacia la kneazel. Ignorándolos, esta se incorporó, se sentó y se lamió las almohadillas de las patas mientras ronroneaba.
—¿Pelusa?—llamó Harry. El chico trató de acerarse más, pero Sirius lo tomó de la túnica y lo retuvo junto a él.
La gata dejó de lamerse, miró a los humanos a los ojos, respondió con un maullido muy suave y caminó hacia ellos para frotarse contra las piernas de Snape.
Harry nunca había investigado tanto en tan poco tiempo, ni siquiera en la noche previa a la entrega de un ensayo. Sin embargo, a pesar de que lo que estaba en riesgo era la vida de todos, se sentía menos presionado; tal vez por la ausencia de Hermione.
Kreacher no fue de mucha ayuda. Se limitó a encogerse de hombros y a decir entre sonrisas torcidas que los señores se encargaban de todo y que él no participaba nunca en los rituales a los que no era llamado.
Sirius volvió a encerrarlo en el baúl y fue a revolver los papeles personales de sus padres mientras los demás, incluyendo a Ethlinn y a Riordan, inspeccionaban la biblioteca.
Pelusa estaba encerrada dentro una jaula, la cual pusieron en un lugar visible. Parecía que la kneazel ya no era parselmouth y que todo había vuelto a la normalidad, pero confiarse podría resultar contraproducente.
Por fin, Sirius hizo acto de presencia levantando en alto el diario de un tatatatatatatatatatatatatatarabuelo donde se confesaban los pormenores de la dichosa maldición. El libro parecía datar de mucho tiempo antes de la invención de la imprenta, pero a pesar de eso, las hojas se encontraban en perfecto estado; quizás tendrían algún hechizo protector, como los libros de Hogwarts.
De acuerdo al libro, Kreacher mintió, pero mintió sin saberlo, según tuvo que admitir el mismo Sirius.
La maldición existía por razones que Harry no pudo ver porque su padrino cerró el volumen cuando se dio cuenta de que el joven lo estaba leyendo. El animago aclaró en voz alta que se trataba de un secreto familiar que sólo podía conocer el patriarca en turno de los Black. Harry enrojeció y quiso dar un paso hacia atrás, pero la mano de Sirius en su hombro no lo permitió. El joven vio en el rostro del mago adulto una expresión mezcla de “no tiene importancia” y de “te juro que es por tu propio bien” que logró ponerlo más nervioso que antes.
Sirius anunció que Pelusa no sólo había vuelto a la normalidad, sino que (y aquí el animago esbozó una sonrisa un tanto nerviosa) en primer lugar nunca fue poseída; la maldición del demonio del jardín sólo operaba en criaturas sin magia oscura inherente. Como Pelusa antes de morir se convirtió en parselmouth, y el parseltongue era una habilidad de magia oscura per sè (con perdón de Harry), la magia del jardín reconoció al animal como uno de los suyos, y simplemente la devolvió a la vida.
—¿Entonces todo esto que pasamos fue para nada?
—En realidad no—respondió Sirius mientras hacía algunas anotaciones en un pergamino recién sacado de entre su túnica—. Ahora ese jardín pasa a la lista de los que hay que clausurar y exorcizar. Y esa gata aún debe pagar por haber arañado a Remus...
—Ella dijo que lo hizo porque Remus la interrumpió en medio de una cacería...
—Harry, no la defiendas.
—Sirius, ya basta—intervino Remus—. Fue sólo un pequeño rasguño. He sufrido heridas mucho peores.
Cuando los ojos de Sirius se empañaron ligeramente, Harry entendió que su padrino se daba cuenta cabal de a qué se refería Remus. Animago y hombre lobo intercambiaron entonces una mirada que hizo que Snape farfullara algo sobre el violín más pequeño del mundo.
—Como todo está bien ahora, debo retirarme a terminar el papeleo que dejé pendiente en mi oficina—anunció Dumbledore, y añadió:—. Severus, por favor, permanece aquí y asiste a Sirius con el exorcismo de los jardines.
Una vez dicho esto, Dumbledore saltó a las llamas de la chimenea de la biblioteca y salió en su despacho antes de que ni Snape ni Sirius pudieran protestar. Los dos eternos enemigos sólo atinaron a mirarse mutuamente a los ojos. Harry casi podía ver chispas brincando en medio de ellos, y estaba seguro que el asunto no tardaría en pasar a mayores. El chico se mordió el labio inferior e instintivamente retrocedió un par de pasos, buscando un lugar donde refugiarse. Mas, de repente, escuchó un fuerte pisotón que le recordó la presencia de Remus. Y seguramente también se la recordó a Sirius y a Snape, pues estos dos se dieron la espalda de inmediato.
—Sirius, necesito que me ayudes con algo—dijo Remus, evitando el surgimiento de un silencio incómodo.
—Claro. ¿Qué necesitas?
Sin dar explicaciones, el licántropo tomó del brazo al animago y lo llevó arrastrando hacia la puerta. Snape, por su parte, tomó a Pelusa en brazos y regresó al laboratorio. Cuando pasó a su lado, Harry alcanzó a escuchar que decía cosas sobre kneazels reciclables.
El parselmouth suspiró. Su vida era demasiado extraña. Tal vez debería hacerle caso a Collin y permitir que su biografía se vendiera entre los muggles como una novela fantástica. El chico fue hacia Ethlinn (todavía muy confundida) y a Riordan (muy fastidiado por las preguntas de su hermana) para llevárselos a su habitación y reflexionar sobre el asunto.
Huyendo de Ethlinn, Riordan se había movido casi al lugar donde Remus había estado parado. Cuando se agachó a recogerlos, Harry vio que lo que Remus había aplastado fue una cucaracha. Y cuando se incorporó de nuevo, vio que tanto su padrino como el hombre lobo trataban de atrapar un cuervo.