The Cookie Fairy (
alcesverdes) wrote2008-09-20 09:14 pm
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- Monty Python on fairy tales. Parte 1, parte 2.
Simplemente, me muero con estos tipos. Y verlo a las casi 4 am aumenta el crack lyek whoa.
Ahora, culpa de
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Quién: El Doctor, WALL·E, la cucaracha.
Qué: Ten es emo, WALL·E es lindo.
Cuánto: +1400 palabras.
Tan pronto como el Doctor puso un pie fuera de la TARDIS, se dio cuenta de que había vuelto a calcular mal el momento de su llegada, hecho confirmado tras una atenta revisión de la consola de mandos; había sido cosa de unos 800 años. Nada más.
El lugar, sin embargo, era el correcto, no sólo de acuerdo a la mencionada consola, sino a los enormes rascacielos que tantas postales habían protagonizado en su momento.
Pero, a pesar de los edificios, no había ningún indicio de vida, ningún sonido salvo el del viento. No había, por lo tanto, ninguna razón para que el Doctor se quedara.
Excepto...
Lo gris y desolado del paraje complementaban su estado de ánimo, así que el Doctor salió de nuevo, esta vez a explorar los alrededores, a caminar entre el silencio de las ruinas de una civilización que, si bien no fue la más grandiosa de todas, sí había recibido la oportunidad de dejar algo atrás.
Ensimismado como iba, el Doctor no se dio cuenta de la extraña naturaleza de varios de los rascacielos sino hasta que estuvo a pocos metros de distancia de ellos: estaban construidos con cubos de basura comprimida, y eran del todo sólidos; era imposible que alguien entrara ahí y, mucho menos, que viviera dentro. No dejaba de ser muy peculiar, y el hecho de que hubiera tantos minimizaba muchísio la posibilidad de que se tratara de una "manifestación artística", según estuvo a punto de decir, pero recordó, justo al abrir la boca, que no tenía nadie a quien decírselo. Este insignificante hecho (en especial porque, sin duda, era mejor así) no lo amilanó ni disminuyó su curiosidad.
Se internó más por entre las calles de la ciudad poniendo atención a medias a los anuncios espectaulares que se activaban a su paso y, extrañamente, entre las notas de Hello, Dolly!, contaban la conocida y muy repetida historia de la destrucción que de una sociedad de consumo se causa a sí misma. Era triste, pero no había nada que el Doctor pudiera hacer al respecto; los patrones de conducta, en especial en especies que se llaman a sí mismas "racionales" eran muy difíciles de erradicar por completo. Peor aun, eran cíclicas, así que si no se destruían a sí mismas en ese momento, lo harán uno o dos milenios después. De verdad, no tenía caso.
Y, en serio, ¿Hello, Dolly!?
Tras mucho vagar y divagar, el Doctor llegó hasta el final de una autopista donde encontró un viejo almacén oxidado, donde al parecer se guardaban robots especializados en limpieza. Mientras curioseaba un poco en el frente, encontró la palanca que abría la puerta. La jaló.
Entró, despacio.
Adentro no había ningún robot, pero había otro tipo de cosas. O, mejor dicho, todo tipo de cosas acomodadas en una serie de estantates giratorios a un costado del almacén.
Muñecas, bolos de boliche, gnomos de plástico, relojes, piezas de recambio para robots... El Doctor las examinó con atención sin encontrar ningún sentido lógico a su presencia ahí. En realidad, se dijo mientras tocaba uno de los osos de peluche, en realidad para esto lo que se necesita es un poco de conciencia y un mucho de nostalgia.
Y, a juzgar por lo delgado de la capa de polvo que cubría todos esos objetos, se había, pues, incrementado la posibilidad de al menos un ser inteligente estuviera aún por ahí.
El Doctor decidió esperar.
Al cabo de unas horas, y tras asegurarse a cuenta cabal de que nada dentro del almacén suponía un peligro siquiera potencial, el Doctor salió de nuevo.
Teminó de bajar la rampa y caminó dos pasos cuando sintió que, antes de que bajara el pie para dar el tercer paso, algo detenía su pierna al jalar de su pantalón. Miró hacia abajo.
Se trataba de un pequeño robot compactador de basura, como los que aparecían en los espectaculares.
–¿Qué pasa?–preguntó el Doctor.
Como respuesta a su pregunta, justo del lugar en donde iba a posar su pie, salió una cucaracha que subió por el cubo que hacía las veces del cuerpo del robot y se quedó en la parte superior. Una vez que el insecto estuvo ahí, el robot soltó el pantalón del Doctor.
El Doctor frunció el ceño.
–Hm. Interesante el tipo de transferencias que se dan de las reglas de la robótica cuando...–comenzó hasta que se dio cuenta de que el robot le daba palmaditas en la cabeza a la cucaracha–. Oh.
El robot, entonces, dirigió sus cámaras en dirección al Doctor, moviéndolas de tal manera que parecía hacerlo con curiosidad y, además, movía sus brazos mecánicos de forma que parecía jugar nerviosamente con sus dedos.
–Oh –repitió el Doctor. Se puso de cuclillas frente al robot, el cual inclinó su cuello hacia adelante como para observarlo mejor–. Soy el Doctor.
–WALL·E–respondió el robot.
–¿Es tuyo todo eso?–preguntó el Doctor señalando hacia el almacén.
WALL·E asintió tímidamente. Luego giró un par de veces sobre sí mismo, golpeó las puntas de sus dedos y al final señaló el almacén haciendo señas al Doctor para que lo siguiera. Al caminar detrás de él, el Doctor notó que una hielera pequeña colgaba de la espalda del robot.
Una vez dentro, WALL·E presionó un interruptor con lo que se encendió una serie de luces que colgaban del techo. A continuación, descolgó la hielera y comenzó a sacar lo que había dentro. Comenzó a sacar sus tesoros.
–Recoges todo eso durante el día, ¿eh?–comentó el Doctor.
WALL·E asintió. Cada objeto que sacaba, lo levantaba un poco para que el Doctor lo viera antes de colocarlo en alguno de los estantes.
–Wow. ¿Sabes lo difícil que es para un robot con circuitos tan simples desarrollar una conciencia?
WALL·E ladeó la cabeza, interrogante. Aunque, muy probablemente, lo que no entendía era que había evolucionado más que el hecho de que hacerlo era prácticamente imposible para su tipo de circuitos.
–¿Hay más como tú?
Tras golpear la parte inferior de sus cámaras, como si reflexionara, WALL·E hizo girar los estantes un poco hasta llegar a donde estaban las partes de recambio. Sus partes de recambio. Las señaló.
–Oh –dijo el Doctor por tercera vez. Tal vez este robot no estaba tan evolucionado como había creído en un principio. Por otro lado, sin embargo, cuidaba de una cucaracha, y era altamente probable que las otras unidades de donde había tomado las partes ya no funcionaran; después de todo, no había visto ninguna otra en su paseo por la ciudad.
El Doctor volvió a sentir que jaloneaban su pantalón. Esta vez, WALL·E señalaba hacia el fondo del almacén, donde se encontraba un iPod.
–¿Te gusta la música?
WALL·E asintió con entusiasmo y fue directo hacia allá.
–Es curioso que manifiestes un evidente y sincero placer ante la perspectiva de escuchar una serie de sonidos organizados de manera armónica.
Mientras el Doctor hablaba, comenzó a escucharse Helly, Dolly!
WALL·E había puesto una pantalla magnificadora frente al iPod y miraba al Doctor haciéndole señas para que se acercara a ver, moviéndose arriba y abajo sobre sus resortes. No, mejor dicho: brincaba de emoción.
Cuando el Doctor se paró al lado del robot, el cual bricó con más rapidez y señaló la pantalla, mirando alternativamente el uno y la otra.
–Y que demuestres tanto entusiasmo por compartir algo con alguien después de siglos de soledad es...
Tras una pausa, el Doctor apoyó una mano sobre la cabeza de WALL·E y la mantuvo ahí por un momento.
Poco más tarde, comenzó a imitar junto con el robot las coreografías de los números del musical.
Al día siguiente, el Doctor regresó a la TARDIS seguido por WALL·E, y a él a su vez lo seguía la cucaracha. El robot llevaba consigo su hielera.
–Vas a necesitar una más grande –comentó el Doctor e inmediatamente hizo una pausa–. Oh, qué rayos, te conseguiremos muchas más como esa.
WALL·E palmoteó.
–Bueno, aquí es –dijo el Doctor abriendo la puerta de la TARDIS.
WALL·E se asomó al interior, dejó escapar un sonido de asombro antes de girar su cabeza de nuevo hacia el Doctor.
–Sí lo sé –respondió éste sonriendo de oreja a oreja.
WALL·E entró con algo de cautela, observando atentamente alrededor.
El Doctor comenzó a cerrar la puerta.
WALL·E regresó hacia él y lo miró mientras jugueteaba con sus dedos.
El Doctor dejó escapar un resoplido.
–Bien, que venga. Pero –alzó un dedo en señal de advertencia– no quiero que se coma mis cables, ¿de acuerdo?
WALL·E asintió y se asomó por el resquicio de la puerta para llamar a señas a la cucaracha.
–Algún día –dijo el Doctor pasándose una mano por el cabello–. Algún día desarrollaré inmunidad a los ojos de cachorro.