The Cookie Fairy (
alcesverdes) wrote2005-03-26 03:47 pm
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Yaoz
Titulo: Yaoz: la mágica tierra donde todo es posible.
Fandom: Er... varios : D
Resumen: Regalo de cumpleaños megaatrasado para
faldrengirl
Raiting: PG-13.
Advertencias: Yaoi, insertos propios y ajenos, algunos chistes internos, estupidez en general.
Palabras: NPI.
Comentarios: No olviden quién es el autor :D (de todas formas, ya firmé el testamento).

Mientras observaba los árboles y los edificios pasar volando frente a su ventana y veía al amado suelo alejarse cada vez más y más, Jukucha Faldren abrazaba a su perro Rufus. Ambos eran presa de una histeria galopante; Jukucha estaba como petrificada al sentir que todo se movía, y Rufus hacía hasta lo imposible por zafarse de ese abrazo que no lo dejaba respirar.
De pronto, tras un angustioso momento de duración indefinida, el suelo se acercó de nuevo, rápido, rápido, cada vez más y más rápido, hasta que
¡BUM!
la casa de Jukucha sufrió contra él un encuentro cercano del tipo que duele.
En el preciso milisegundo del choque, Rufus vio pasar delante de sus ojos toda una vida de perro mimado, llena de huesos; Jukucha vio delante de los suyos una vida de fangirl mimada, llena de yaoi, de slash y de buttsex en general (y queso, mucho queso).
Jukucha tardó unos momentos en recobrar el equilibrio y la perspectiva del tiempo-espacio. Tan pronto como se asentó su estómago y pudo distinguir el techo del suelo, la chica tomó a Rufus en brazos y se asomó por la ventana.
Tal y como el lector seguramente lo espera después de leer lo anterior, ni la joven ni el perro reconocieron nada del paisaje. Bueno, sí, podían decir esto es un árbol, o esta es una roca, o aquello es un arbusto, pero los elementos estaban distribuidos de tal forma que, con sólo verlos, Jukucha y Rufus dedujeron que la casa cayó en un lugar en el que nunca antes habían estado. Así, pues, fue perfectamente válido que Jukucha susurrara “Ya no estamos en Lima, Rufus” al oído del perro, por más que este meneara la cabecita y pensara “Gracias, Princesa de lo Obvio.”
Tras asegurarse lo mejor que pudo que no había tipos malencarados allá afuera, Jukucha se atrevió a asomar la nariz. Viendo que nada sucedía, sacó la cabeza. Luego, la metió, volvió a asomar ahora hasta el hombro, se escondió, y así sucesivamente. Cuando por fin salió del todo:
“Tardaste mucho,”dijo una voz a su derecha. “Parecías un ratoncito asustado.”
Por lo repentino, Jukucha no pudo menos que dar un brinco, y cayó en brazos del misterioso dueño de la misteriosa voz, quien, según descubrió la chica tras una inspección más detallada, resultó ser mucho menos temible de lo que su susto le indicó en un principio.
“No quiero ser grosero, pero a mis años mi espalda ya no es lo que solía.”
“Lo siento...” masculló Jukucha bajando de los brazos del anciano de larga barba blanca, nariz torcida y brillantes ojos azules. “Oiga, usted me parece conocido.”
“Mi nombre es Albus Dumbledore. Soy el director bueno del norte.”
Jukucha parpadeó antes de responder. “Mi nombre es Jukucha Faldren, mucho gusto.”
“Igualmente, Jukucha. Te doy la más cordial bienvenida a la tierra de Yaoz,” exclamó Dumbledore, haciendo caso omiso de la cara de perplejidad del 50% de su auditorio. El otro 50% estaba olisqueando el lugar donde había caído la casa.
“¿Yaoz?”
“Sí, Yaoz: la mágica tierra donde todo es posible.”
“Suena a publicidad.”
“Por eso lo pusimos en el panfleto,” señaló Dumbledore mientras abría un paquete de caramelos que sacó del bolsillo.
Jukucha parpadeó de nuevo. Tras unos segundos, añadió: “Esto está muy bonito y todo, pero no puedo quedarme mucho tiempo: tengo que ir a trabajar mañana... ¿Cómo puedo irme de aquí?”
“Necesitas una visa. Para conseguirla, tienes que ir al Consulado General en Ciudad Esmeralda,” el anciano guiñó un ojo y añadió en voz baja: “Pregunta por Remus Lupin o por Sirius Black, diles que yo te envié y muéstrales este Sombrero Seleccionador. Así podrás evitar muchos trámites.”
“¡Yay, gracias!” Jukucha iba a dar un paso cuando se dio cuenta de algo. “¿Y cómo llego a Ciudad Esmeralda?”
“Por el camino de ladrillos amarillos,” respondió el anciano, señalando a su izquierda donde, efectivamente, comenzaba un laaaaaaaaaaaaargo camino color amarillo.
Jukucha parpadeó otra vez. “¿Ciudad Esmeralda queda muy lejos?”
“Un poco, sí. Pero es el único lugar donde conseguirás una visa.”
“Bueno. Empaco unas cosas y me voy. ¡Ven, Rufus! ¿Rufus?”
El perro en cuestión asomó la cabeza desde una esquina de la casa y luego se alejó, indicando que quería que lo siguieran. Cuando Dumbledore y Jukucha lo alcanzaron, encontraron un par de botas que sobresalían por debajo de la casa. A los pocos metros, Jukucha encontró un característico bastón cuya empuñadura tenía la forma de una cabeza de serpiente con las fauces abiertas. Jukucha la apretó contra su pecho y lloró. “¡Ay, no! ¡Maté a movie|Lucius!”
Dumbledore se acercó y le susurró algo con la intención de consolarla, mas Jukucha no escuchó debido a los gritos que pegaba: “¡Tan buenote que estaba el güero! ¡Ya no habrá más escenas babeables de Snape con él!”
Algún tiempo después, cuando Jukucha logró controlarse, descubrió que Dumbledore ya le había empacado el Sombrero Seleccionador, agua y comida en cantidades suficientes dentro de una mochila de fácil transportación. Sin embargo:
“¿Y mi pr0n? ¡Yo no voy a ningún lado sin pr0n!”
De esa forma, la mitad de las provisiones fueron reemplazadas por mangas yaoi.
Una vez listo el equipaje, dadas las instrucciones y hecho el ánimo, Jukucha emprendió el viaje seguida del fiel Rufus y llevando consigo el bastón de Lucius como recuerdo del crimen que, sin querer, había cometido.
Además, Dumbledore le dijo que quizás podría serle útil.

Jukucha y Rufus caminaron por un par de horas hasta que se cansaron. La chica, entonces, buscó con la mirada una sombra bajo la cual poder sentarse. Pronto, divisó un frondoso árbol no demasiado lejos. Para llegar a él tendría que atravesar un campo de maíz, mas esto no representaba ninguna dificultad, ya que las plantas eran aún pequeñas y le llegaban a Jukucha hasta la cintura. El que sí tuvo un poco de problema fue Rufus, quien era mucho más pequeño, pero el animalillo logró seguir a su dueña gracias a su olfato.
A la mitad del camino, Jukucha escuchó un lamento horrible que le heló la sangre y que la hizo voltear como si de un tren descarrilado se tratase. No tardó en ubicar de dónde provenía lo que escuchaba: de un espantapájaros sentado sobre una silla de madera que a su vez estaba sobre una plataforma, como si en lugar de espantapájaros fuera salvavidas. Un poco temerosa, Jukucha se acercó y le preguntó qué le sucedía.
“¡Ya me harté de estar aquí y quiero largarme!” contestó el espantapájaros, cuya voz confirmó lo que Jukucha sospechaba desde que lo vio un poco más de cerca: se trataba de un espantapájaros del género femenino. Usaba ropa de un estilo hippie y tenía lentes tan gruesos que apenas dejaban ver sus ojos castaños.
“¿Y por qué no te bajas?”
“Porque no sé cómo,” replicó la espantapájaros, cruzando los brazos en son de berrinche.
“Usa las escaleras,” dijo Jukucha en tono de duh!
La espantapájaros parpadeó. Después, miró a su alrededor, descubrió la mencionada escalera y bajó por ella. “Muchas gracias,” dijo una vez que sus pies estuvieron sobre el suelo. “Eres muy inteligente.”
“No es para tanto,” se sonrojó Jukucha. “Pudiste haberte dado cuenta tú misma.”
“No creo,” replicó la espantapájaros. “Verás, no tengo cerebro.”
“¿Y cómo es que vives si no tienes cerebro?”
“Estamos en Yaoz, la mágica tierra donde todo es posible.”
“Ah.”
“Como sea, necesito un cerebro para conseguir un trabajo mejor que este, pero los trámites en Ciudad Esmeralda tardan siglos, y tengo problemas para llenar las formas porque no tengo cerebro. Es todo un círculo vicioso, o catch-22, como dirían en inglés.”
“¿Por qué no vienes conmigo? Yo voy a Ciudad Esmeralda por una visa y Dumbledore me dijo que con su nombre me podía evitar muchos trámites.”
“¿Dumbledore? ¿El señor Big Enchilada? ¡Con su nombre se pueden mover montañas en Ciudad Esmeralda en un abrir y cerrar de ojos! Er... ¿tienes pruebas de que te envió él?”
“La duda ofende,” dijo Jukucha, y le mostró a la espantapájaros el Sombrero Seleccionador que el director bueno del norte le entregó.
“¡'Pos ya 'ta! ¡Tiene usted una nueva compañera de viaje! Fújur Preux, a sus órdenes,”dijo la espantapájaros, extendiendo su mano.
“Jukucha Faldren,” respondió la chica, correspondiendo al apretón.
Y así, Jukucha, Fújur y Rufus emprendieron el viaje por el camino de ladrillos amarillos, rumbo a Ciudad Esmeralda.
“Por cierto, lo de 'a tus órdenes' es nada más un decir, ¿eh?”
Mientras tanto, en el extremo oeste de Yaoz, una fuerza siniestra oculta entre las sombras observaba el mágico país donde todo es posible a través de su caldero mágico. O, mejor dicho, gracias a una poción hecha en ese caldero, pero como todavía estaba en fase de prueba no la habían embotellado. El punto es que nuestra figura misteriosa descubrió a los tres viajeros (chica, espantapájaros y perro); al momento sintió que la sangre le hervía de furia. Hizo venir a uno de sus asistentes más fieles y le ordenó que confirmara lo visto en la poción. Dicho asistente, por cierto, había sufrido un percance que lo había condenado a llevar sobre su espalda un enorme par de alas membranosas por una temporada, que lo hacían ideal para cumplir su cometido.
Tras la obligada caravana, el ratón volador salió por un agujero del techo, dispuesto a cumplir el mandato de su señor o morir en el intento.
De todas formas, de fallar su señor lo mataría, así que al final daba lo mismo.

Era ya pasado mediodía, y Jukucha tenía un hambre terrible, por lo que el grupo se detuvo a degustar los sagrados alimentos. Todos excepto Fújur, pues los espantapájaros no necesitan comer.
“Ideal para mantenerse en forma,” declaró, soltando una risita tonta, mientras se preparaba para escapar de lo que le auguraba la no muy gentil mirada de Jukucha.
“No iba a darte,” gruñó la joven.
“No iba a pedirte.”
“Vaya compañera de viaje.”
“¿Preferirías ir sola por estos caminos desconocidos? No creo que sea seguro. Oye, y ¿qué traes ahí?” preguntó Fújur para cambiar la conversación. Se agachó y rebuscó dentro de la mochila de Jukucha, sacando al poco rato uno de los mangas yaoi. No tardó en estar babeando.
“¡No lo ensucies!”Jukucha le aventó una servilleta a la espantapájaros para que se limpiara.
“Gracias,” respondió ésta. “No se me habría ocurrido porque no tengo cerebro.”
Jukucha soltó un profundo suspiro que fue seguido por otro.
“¿Qué fue eso?”
“¿Qué?”
“¡Ese suspiro!”
“¿No fuiste tú?”
“No. Escuché otro. Y no fuiste tú porque estabas limpiándote la baba. A menos que seas ventríloca.”
“Ventrílocua. Y no, no soy; ¿cómo podría aprender si no tengo cerebro?”
“Pues no sé, pero yo oí algo.”
“¿No fue Rufus?”
“No, él sigue comiendo.”
En ese momento, se hizo un silencio incómodo roto por un quejido. Tanto Jukucha como Fújur y Rufus voltearon en todas direcciones, buscando al emisor. Lo encontraron cinco minutos después, detrás de una piedra.
Se trataba de una chica de hoja de lata, de cabello negro y rasgos orientales.
“¿Qué te pasa?” le preguntaron.
“Yo diría que está trabada, pero ¿qué voy yo a saber si no tengo cerebro?”
La chica de hojalata, al ver a los otros dos, hizo más ruidos. Finalmente, tras jugar 'adivínalo con señas' sin señas por aproximadamente diez minutos, Jukucha y Fújur entendieron que lo que necesitaba era aceite.
Pero, ¿de dónde sacar aceite?
Veinte minutos más tarde, se enteraron que había una lata debajo de un matorral cercano. Rápidamente, le pusieron aceite en todas las articulaciones para que pudiera moverse libremente.
“Muchas gracias,” les dijo. “Hace tiempo que no me puedo mover. Iba camino a Ciudad Esmeralda a preguntar por los trámites para conseguir un corazón cuando comenzó a llover y no encontré dónde refugiarme.”
“¡Qué casualidad!” exclamó Jukucha. “Nosotras también vamos allá. Yo por una visa y ella por un cerebro. ¿Por qué no vamos juntas?”
“Bueno, siempre es agradable tener compañía en las filas. ¡Duran eternidades! ¡Las detesto!” casi gritó la chica de hojalata. “¡Las odio!”
“En mi tierra diríamos que te ponen como araña fumigada,” dijo Fújur, pensativa.
“No te preocupes,” terció Jukucha. “Tenemos una palabra mágica para saltarnos todas las filas.”
“¿Qué palabra?”
“Dumbledore.”
“¿Dumbledore?”
“Dumbledore,” asintió Jukucha, mostrándole el Sombrero Seleccionador.
La chica de hojalata frunció el ceño, considerando si debía o no confiar en ese par de desconocidas. Mas le parecieron tan inofensivas que al final decidió unirse a ellas. Se presentó como Kandra Laere, estrecharon manos y partieron, no sin antes, claro, llevar consigo lo que quedaba del aceite.
El pequeño ratón alado observaba. Aún no tenía información suficiente para concretar nada y regresar con su amo, así que decidió seguir a la pequeña caravana y ver qué sucedía.

El grupo se detuvo frente a una masa de árboles de aspecto no muy agradable. El camino amarillo se introducía en medio de ellos, tenebroso y húmedo, ocultado quién sabe qué peligros en su interior. Sin embargo, al voltear a los lados, no se apreciaban los límites a simple vista.
“¿Tenemos que cruzar el bosque?”
“Por ahí va el camino amarillo, y el bosque se ve muy grande: quién sabe cuánto tardemos en rodear, así que definitivamente sí tendremos que cruzar. Y mira que yo, que no tengo cerebro, estoy del todo segura.”
“El bosque no se ve tan feo,” comentó Jukucha, mientras miraba pensativamente el letrero que tenía frente a ella.

“¿Nunca has visto un panfleto de Yaoz? Todos dicen que este bosque es terrible, y que ahí habitan animales peligrosos, como leones, tigres y osos, todos semes.”
“¡Qué horror! ¿No hay ni un sólo uke?” Jukucha estaba casi al borde de las lágrimas.
“Pero los leones y los tigres viven en las sabanas, no en bosques de coníferas. Pero qué voy a saber yo...”
“...si no tengo cerebro,” coreó Jukucha.
“Mejor comencemos a avanzar, si no hay más remedio que pasar por ahí. Además, no creo que corramos ningún riesgo; los semes sólo atacan ukes.”
“¿No entramos nosotras en la definición más básica de uke?”
“De haber sabido, me traigo la metralleta de espantar cuervos.”
“De haber sabido, me traigo un uke...”
Como no había manera de conseguir un uke en tan poco tiempo y dicen que “al mal paso darle prisa”, las tres chicas y el perro se internaron en el sombrío bosque. Rufus olisqueaba el suelo con mucho cuidado. Detrás de él, Jukucha, Fújur y Kandra iban codo con codo y miraban nerviosamente a su alrededor a cada momento.
Dentro del bosque S. M. Ental el camino amarillo daba muchas vueltas sobre sí mismo, formando segundos y hasta terceros pisos, así que el grupo de caminantes perdió ahí mucho más tiempo del que esperaban. Lo más curioso era que no habían visto ninguno de los peligrosos animales anunciados en el panfleto.
“Tal vez es su día libre,” comentó Fújur.
“O quizás son nocturnos,” señaló Kandra.
El sol comenzó a esconderse.
“¡No quiero pasar la noche aquí!”
“Pero si no hay nadie.”
Sin embargo, en ese momento, Rufus, que olisqueaba los arbustos, gimió y corrió a los brazos de su dueña.
“¿Estás segura?” exclamó Jukucha, abrazando a su asustado perro.
Las chicas no tardaron en darse cuenta de qué fue lo que espantó al perrito: escucharon un ruido de ramas rompiéndose detrás de unos arbustos.
Algo se acercaba.
Y se acercaba...
Jukucha corrió a esconderse detrás de Fújur, quien inclinaba la cabeza hacia adelante, muerta de curiosidad. Por su parte, Kandra se colocó en pose de defensa; pocos recibían un golpe de sus puños de hojalata y vivían para contarlo.
Se escuchó entonces un rugido que resonó por todo el bosque y que encontró su camino por la espina dorsal de Jukucha.
El tiempo pareció detenerse por unos instantes hasta que, entre las hojas de las plantas, aparecieron dos puntos brillantes.
Menos de un segundo después, esos puntos se proyectaron hacia adelante.
Cuando Jukucha abrió de nuevo los ojos encontró delante de ella un gato enorme, de color amarillento, que le devolvía la mirada desde un rostro de expresión divertida.
“¡Uno de los leones seme!”
“No, es una leona,” señaló Fújur, tras acercarse y levantar una de las patas traseras de la criatura para verificar.
“¡Oye! ¡Deja ahí!” exclamó la felina empujando a la espantapájaros de un zarpazo. “¿No te bastaba con verme las boobs?”
“Hay bishies que tienen boobs,” respondió la espantapájaros desde el suelo, mientras el resto del grupo asentía.
“En fin...” gruñó la leona. “¿En qué estábamos? Ah, sí,” se levantó sobre sus dos patas traseras, colocó los brazos en jarras y exclamó con voz fuerte: “¿Quiénes son ustedes y qué hacen en los dominios de Nekocha Snape...? ¡Soy adoptada! ¿Qué les importa? ¡Dejen de verme así!”
“Lo siento...”
“¡Bueno, hablen! No me gusta ignorar la identidad de mis alimentos.”
“¡Antes de comerte a mis amigas tendrás que pasar sobre mi chatarra!” gritó Kandra.
“Espera, Kandra,”intervino Fújur colocando un brazo en el hombro metálico de la aludida. “No puedes hablar en plural porque la leona aquí presente sólo puede comerse a Jukucha. Yo soy de paja y tú eres de metal...”
“¡Si el león me come por tu culpa voy a abrir tu panza y te voy a destripar la paja!” gritó Jukucha.
“¿Y cómo lo harás estando muerta?” preguntó Nekocha.
“¿Se trata de algo que se me escapa porque carezco de cerebro?” inquirió la espantapájaros rascándose la sien. “Por cierto, el S. M. Ental es un bosque sólo de semes, ¿qué hace una leona aquí?”
“No les importa.”
“Seguro que vino de voyeur.”
“No. Les. Importa.”
“¡Eres de las mías!” gritó Jukucha, de pronto con el brazo sobre los hombros de la leona. “¿Has visto algo interesante?”
“Nada que te incumba.”
“¡Claro que sí me incumbe! ¡Yo también quiero ver!”
“No te estreses, Jukucha,” dijo Kandra. ¿Qué tan interesante puede ser ver a dos semes? Seguro que terminan mandándose al diablo mutuamente antes de que pase nada.”
“Seguro que eso fue lo que le pasó a la gata y por eso se ve tan frustrada,” aventuró Fújur.
“Para empezar, cara de paja, soy una leona, no una gata. Después: compré un uke en el Emporio de Ciudad Esmeralda pero se me escapó hace horas.”
“¿Un uke? ¿Tenías un uke?”
“A estas alturas ya debieron haberlo atrapado los semes, por eso no hemos visto ninguno.”
“Pobrecito uke... deben estar dándole hasta por las orejas.”
“¡Quiero veeeeeeeeeeeeeeeeeeeeer!”
“En el Emporio me garantizaron que el uke era obediente y que trayéndolo me tocaba asiento en primera fila, pero me engañaron. ¡Quiero sangre!” exclamó Nekocha levantando un puño en alto.
“¿Por qué no vienes con nosotras?” ofreció Jukucha.
“También vamos a Ciudad Esmeralda,” dijo Kandra. “Yo por un corazón, Fújur por un cerebro y Jukucha por una visa.”
“Y por las filas no te preocupes; tenemos una palabra mágica para abrir todas las puertas burocráticas.”
“Si por las filas no me preocupo,” la leona mostró sus garras. “¡Ay de aquél que se interponga en mi camino!”
“No deberías,” interrumpió Fújur.
“¿Por qué? El nepotismo también está fuera de ética.”
“Causar daño físico a un tercero para conseguir beneficios personales es mucho peor.”
“Un daño es un daño.”
“Es indispensable hablar de grados.”
Así, mientras el grupo continuaba por el camino amarillo con su nueva adición, la espantapájaros y la leona se enzarzaron en la primera de muchas discusiones sobre ética y filosofía.
El ratón alado regresó a la guarida de su amo, la cual, por cierto, se parecía mucho al castillo del rey Haggard. Una vez ahí, procedió a dar su informe:
“Señor, malas noticias: son yaoi fangirls y se multiplican rápidamente. ¡Tenemos que hacer algo!”
“¿Qué hay del bastón que vimos?”
“Sí, es el deLuscious Lucius, señor,” respondió el hombrecillo bajando la cabeza. Tanto él como su amo sabían perfectamente que la única forma en que Lucius se separaría de su bastón era estando... estando...
Un sollozo se perdió en el aire.
“Has venir a su hijo; le daré la noticia personalmente.”
“Sí, señor.”
“Y llama al resto de tus compañeros. Esto se ha convertido en algo personal.”
“Sí, señor.”
Un par de horas después, un grupo de personas vestidas de negro, encapuchadas y con una máscara cubriéndoles el rostro, plantaban flores a poca distancia de Ciudad Esmeralda, a ambos lados del camino amarillo.
“No entiendo cómo estas flores van a detener a esas fangirls.”
“¿No viste la etiqueta? Son flores del sueño eterno. Si alguien pasa por aquí sin máscara, aspirará el polen y dormirá para siempre.”
“Sí, sí la vi, pero pensé que los lectores necesitaban una explicación.”
“Ahp.”
Media hora más tarde, Jukucha, Kandra, Fújur, Nekocha y Rufus se acercaron al lugar donde los encapuchados sembraron las flores.
“¡Miren! ¡Qué bonito!” exclamó Jukucha, señalando hacia el frente.
“Sí, precioso...” comentó Nekocha con cara de circunstancias.
“Pensé que a los gatos les gustaba la hierba.”
“¡Que soy una leona!”
“Da lo mismo.”
“No, no da lo mismo.”
“¡Jukucha!” gritó Kandra de pronto, pues la aludida estaba a unos metros de distancia, justo en medio de las flores, tendida cual larga era y no daba señales de vida. El resto del grupo corrió a su encuentro, mas tan pronto como se acercaron, tanto Rufus como Nekocha cayeron al suelo cual fardos.
“¿Qué les sucede?” preguntó Kandra, las manos contra su pecho.
“No lo sé, puesto que no tengo cerebro,” dijo Fújur rascándose la sien.
“¿Y qué hacemos?”
“NPI.”
“No podemos dejarlos aquí...”
“Yo me llevo a Rufus.”
Fújur levantó al perrito en brazos y fue hacia el camino, dejándole a Kandra la tarea de llevarse a Jukucha y a Nekocha. Por fortuna, la chica de hojalata tenía la suficiente fortaleza para cargar a esas dos.
“¡Fújur! ¡Mira allá!” exclamó Kandra de pronto, señalando hacia su izquierda y soltando en el proceso a Nekocha, quien, por supuesto, no se dio cuenta de nada.
En aquel lugar, Fújur vio un par de conejos, una ardilla, una veintena de pájaros de diversos tamaños y colores, y, allá en el fondo, un oso, todos dormidos en la proximidad de las flores amarillas.
“¿Crees que esté relacionado con lo que le pasó a Jukucha y a Neko?” preguntó Kandra, demasiado intrigada como para acordarse de levantar a la leona.
“Más que eso,” respondió la espantapájaros, inclinándose al borde del camino y metiendo una mano entre las plantas. “Estas flores tienen la facultad de hacer dormir a todos los seres vivos que aspiren su polen.”
“Por eso no nos afecto...” susurró Kandra. “¿Existe algún antídoto?”
“Déjame ver,” Fújur se incorporó y le dio la vuelta al paquetito de semillas que había estado leyendo. “Hay tres opciones: recibir el beso de un príncipe bishonen o una princesa bishoujo; llevarlos a una clínica de desintoxicación o que un montón de sanguijuelas les chupe la sangre contaminada.” Fújur guardó el papel entre su paja y se dio la media vuelta.
“¿A dónde vas?”
“A buscar sanguijuelas.”
“De todas las opciones tenías que escoger esa, ¡qué mala!”
“El dinero que traigo no me alcanza para pagar la clínica de desintoxicación, y ¿de dónde diantres vamos a sacar un príncipe o una princesa?”
“NPI.”
“¿Ves? No me tardo.”
“¡Espera! ¡Las sanguijuelas son asquerosas! Quizás podamos encontrar alguien que nos ayude en Ciudad Esmeralda.”
“¿Tú crees?” preguntó Fújur con expresión indefinible. “Yaoz no es una monarquía; es un enorme aparato burocrático que no quiere saber nada de derechos de sangre. Ni de democracia, ya que estamos. Aquí lo que rifa es la dedocracia.”
“¡Existen! He escuchado que hay bishies príncipes.”
Fújur se cruzó de brazos. “Entonces esperemos a que el Deux Ex Machina nos mande alguno. Le doy diez minutos y luego me voy a buscar las sanguijuelas.” Justo cuando la espantapájaros terminó esa frase, se escucharon cascos de caballo acercándose.
“¡No puede ser!” gritó el villano de la historia. “¡Casi acabamos con la mitad!”
“Tienen mucha suerte, señor. Yo jamás habría imaginado que pudiera pasar por ahí un vendedor de sanguijuelas.”
Hubo un momento de silencio, roto sólo por el burbujear dentro del caldero vidente.
“Tengo una idea mucho mejor,” dijo el malvado. “Reúne a tus compañeros en la sala de orgi... er, juntas.”
“Sí, señor.”
“Y dile al que tiró el paquete de semillas que venga; lo castigaré personalmente.”
“Sí, señor.”

“¡Por fin llegamos! ¡Qué bueno! ¡Ya casi se me terminaba el queso” exclamó Jukucha ante las imponentes puertas de Ciudad Esmeralda, que le hacía honor a su nombre y eran de color verde, al igual que las paredes y los uniformes de los empleados de las ventanillas donde tenían que informar de nombre y asunto antes de entrar.
“¿No es genial?”
“Tú cállate, cara de paja,” rugió la leona, aún molesta por haber despertado cubierta de sanguijuelas.
“A l'otra dejo que el viejito las bese; chance y sí era príncipe,” replicó Fújur, con los brazos en jarras. “Pero no puedes culparme realmente, porque no tengo cerebro.”
“¡Ay, qué lata! ¡Y eso que la chatarra es aquella otra.”
“¿Yo qué?” terció Kandra, que se había perdido el intercambio, ocupada como estaba llenando las formas.
“No, nada,” dijo la leona.
“¿De casualidad no dice ahí que tenemos que ponerle correa y bozal a los animales grandes antes de entrar?” inquirió Fújur, fingiendo inocencia.
“Haya paz,” suspiró Kandra.
“¡Las puertas se abren!” dijo Jukucha, sus ojos brillando de la emoción.
Ciudad Esmeralda era un lugar maravilloso en realidad; incluso logró que Nekocha y Fújur dejaran de pelear por algunas horas.
Hay tres reglas inflexibles que deben recordarse cuando uno va a Ciudad Esmeralda. La primera es saber exactamente a qué departamento ir; la segunda, saber por quién preguntar, y la tercera y más importante: llevar un par de cubetas o al menos una tonelada de pañuelos desechables:
Por todas las calles, por todos los rincones, y a través de todas las ventanas, había bishonens, la mayoría de ellos dando show.
Mientras que Rufus deseaba no haber olvidado el impermeable en casa, las chicas creían que habían hecho algo bien e ido al cielo. Se quedaron ahí un buen rato, hasta que llegó el encargado de la limpieza a pedirles que dejaran de hacer crecer el charco. Nuestro grupo de fangirls comenzó entonces con la peregrinación en buscar e la oficina de Sirius Black y Remus Lupin. Tardaron bastante tiempo, aunque no por falta de instrucciones.
Jukucha no podía creer sus ojos. Ni siquiera en sus más locos sueños se habría imaginado caminando en medio de un manga yaoi. Comenzó a cuestionarse si de verdad quería la dichosa visa, y a preguntarse qué tan indispensable era regresar a su casa. No tardó en llegar a una conclusión, y decidió acompañar a las otras chicas sólo porque ellas sí necesitarían el Sombrero Seleccionador para sus trámites, y ella lo guardaba en su mochila.
Después de un par de horas, dieron con el edificio que albergaba el despacho buscado. Entraron. Pasaron por una revisión de metales. Declararon asunto. Firmaron libro de visitas. Se pusieron gafette de visitante. Esperaron a que bajara el elevador. Subieron al séptimo piso. Escucharon al recepcionista decir que aquellos a quienes buscaban habían salido debido a una emergencia. Y no, de verdad habían salido, o la vista del Sombrero Seleccionador las habría hecho pasar de inmediato, y no, el recepcionista no podía hacerlos aparecer ni sacarlos de la manga, así que la señorita podía guardar las garras, muchas gracias. Para mayor desgracia, tampoco sabía a qué hora regresaría, aunque era probable que estuvieran ahí al día siguiente en horas de oficina.
“Vamos a pasear por la ciudad,” sugirió Jukucha.
“Mala idea no es,” dijo la espantapájaros. “Pero deberíamos planear dónde pasar la noche, porque Kandris y no yo nos acabamos el dinero en las sanguijuelas.”
“Yuck.”
“Podríamos revenderlas,” dijo Nekocha mostrando el frasco donde las había guardado.
“¡YUCK!” gritó Jukucha, tapándose los ojos y escondiéndose detrás de Kandra.
“O mejor: ponemos un puesto cerca de donde están las flores y las rentamos a los viajeros que pasen por ahí.”
Y así lo hicieron.
Por fortuna, la zona era de alto tráfico e hicieron mucho dinero con rapidez. Por desgracia, la oficina de recaudación de impuestos se enteró, así que el dinero para pagar una habitación de lujo tardó más en llegar.
Cuando sólo les faltaba un pequeño puñado de monedas, apareció en la distancia un grupo de saltimbanquis, que hacían mucho ruido, er, música, y bailaban en medio de cintas y velos de colores. Las chicas de inmediato corrieron a explicar la situación del campo y a ofrecer sus servicios. Los gitanos, muy amables, asintieron. Sin embargo, en lugar de sacar dinero para pagar por adelantado, sacaron varitas mágicas y petrificaron a todos.
Sí, también a Rufus y al recaudador de impuestos.

Ni Jukucha, ni Fújur, ni Kandra, ni Nekocha, ni Rufus, ni el recaudador de impuestos sabía a ciencia cierta a dónde los habían llevado. Lo único que sabían era que se encontraban en un húmedo, incómodo, frío y espeluznante lugar iluminado sólo por unas pocas antorchas dispersas en la pared.
“Al menos no nos van a cobrar la estancia,” señaló Fújur.
“¿Tienes garantía?” preguntó Nekocha. “Me parece que te vamos a tener que devolver a la tienda de escobas.”
“Acabo de dejar de sentirme mal porque nos hayan puesto en celdas separadas,” suspiró Kandra.
“Yo no,” dijo Jukucha. “Tengo frío, la manta de ahí está mojada y abrazar la piel de Neko me vendría muy bien.”
“Te vas a llenar de pulgas, Jukucha.”
“¡Y dale! ¿Qué tienes contra mí, cara de paja?”
“Eres un animal salvaje, y los animales salvajes suelen tener pulgas. Eso lo puedo asegurar hasta sin tener cerebro.”
“¡Te odio!”
“Cálmense ya. Tenemos que salir de aquí y regresar a Ciudad Esmeralda.”
“Lamento interrumpir,” dijo una voz extraña. “Pero debo informarles que no saldrán de aquí nunca.”
“¿Quién es usted? ¡Salga a la luz!” gritó la leona.
El malvado villano se paró debajo de una antorcha. Al momento, su identidad quedó por fin claramente revelada.
“Es... es...” balbuceó Jukucha.
“¡Voldie-pooh!” exclamaron Kandra y Fújur al mismo tiempo.
“¡Lo sabía!” gritó Nekocha, señalando al Mago Tenebroso con la garra.
“¿Cómo me llamaron?” preguntó Voldemort, furioso, con los puños cerrados y casi temblando.
“Voldie-pooh,” explicó Nekocha. “Ya sabes, tu apodo entre las fangirls, que permanece a pesar de que Rowling pidió que no lo hicieran.”
“Es detestable.”
“Y una costumbre casi imposible de erradicar,” asintió la leona.
“Disculpen que les cambie el tema,” intervino la espantapájaros. “¿Por qué nos trajeron a este lugar, Voldie?”
“Por dos razones. La más importante es ¡que ustedes mataron aLuscious Lucius Malfoy!”
Leona, espantapájaros y chica de hojalata intercambiaron miradas que sin duda querían decir: “¿que nosotras qué?” Mas Jukucha, al escuchar estas palabras, retrocedió hasta quedar pegada a la pared.
“¡Ella fue!” gritó Nekocha, señalándola con la garra.
“Ahora que ya están repartidas las responsabilidades, Voldie, ¿podemos irnos nosotras tres, el perro y el burócrata?” preguntó Fújur, asomando cabeza y brazos por entre los barrotes.
“¿Cómo pueden ser tan malas?” exclamó Kandra.
“Ninguno de ustedes saldrá de aquí,” dijo Voldemort. “Dentro de mi contrato como villano oficial de Yaoz, existe una cláusula que me obliga a deshacerme de todas las fangirls. A los burócratas los odio y el perro... el perro...” El Mago Tenebroso se inclinó sobre la jaula donde estaba el animalito. Rufus, de inmediato, se sentó y le dedicó a su captor una mirada tal, que Voldemort sufrió un momento shoujo. “El perro puede vivir...” dijo al final.
“¡Rufus! ¡Te odio!”
“¡'Inche traidor!”
Voldemort introdujo una mano entre los pliegues de su túnica y sacó una argolla con un juego de llaves. Abrió la puerta de la celda de Jukucha, quien daba la impresión de que estaba a punto de escurrirse por las grietas de la pared. El Mago Tenebroso se acercó despacio, despacio, despacio: disfrutaba el momento, sin lugar a dudas. Tomó a la chica por el brazo y la jaló hacia afuera. En ese momento quedó revelada la silueta de Jukucha grabada un par de centímetros en la piedra.
“¿Puede haber más clichés?” bostezó Nekocha.
“Si quieres...” respondió Fújur, encogiéndose de hombros.
“¿A-a-a-dónde me llevas?”gimió la jovencita al ver que se dirigían a la puerta.
“A la sala de torturas.”
“¿No es aquí?”
“No, es en la torre.”
“Yo pensé que estaría en el sótano... Es el cliché, ¿no?”
“Hay más de un cliché para esto.”
“¡Auxilio!” se escuchó antes de que la puerta del calabozo se cerrara con un Dramático y Wangsty golpe.
“Tenemos que encontrar la manera de escapar y ayudarla,” dijo Kandra.
“¿Para qué?” preguntó Fújur. “Ella es la que está afuera de la jaula; ella es quien debería sacarnos de aquí.”
“Pero...”
“Shikamaru mode on,” Fújur se sentó en el suelo, contra la pared y recargó la cabeza entre sus manos.
Voldemort llevó a Jukucha a través de oscuros pasadizos y largas escaleras de caracol. Cuando por fin llegaron a la cima de la torre, Jukucha que se le iba a salir el corazón por tanto e inusual esfuerzo.
“¿Después de atravesar medio Yaoz para llegara Ciudad Esmeralda?”
“En Ciudad Esmeralda hay bishies por todas partes, eso le quita el cansancio a cualquiera.”
“Fangirls...”
“¿Qué me van a hacer?” preguntó la chica, tratando de repetir el momento shoujo que su perro ocasionó. Sin embargo, Voldemort había completado ya su cuota del año.
“¡Wormtail! ¿Está listo el instrumento de tortura?”
“¡Sí, señor! Todo listo,” respondió el aludido, asomándose detrás de una cortina en el fondo, mientras se limpiaba las manos en el mandil estampado de ratoncitos que tenía puesto.
En menos de un minuto, Jukucha estaba en una esquina del cuarto de torturas frente a un burbujeante caldero.
“¿Me van a hervir como pollo?”
“No, algo mucho mejor, digo mucho peor. Bueno, depende de tu punto de vista.”
Jukucha tragó saliva. Sintió la taquicardia apoderarse de ella y se quedó del todo quieta (no quería sufrir un paro -cardiaco). Cuando Wormtail la llevó del brazo hasta quedar frente al caldero:
“¡Mentiroso! ¡Sí me van a hervir como pollo!”
“Que no. Mira dentro del caldero.”
Y Jukucha miró.
Y lo que vio la aterrorizó.
(Y no es gramaticalmente correcto comenzar oraciones con una conjunción, pero estoy tratando de obtener un efecto estilístico, ¿okey?)
En el interior del caldero, las burbujas giraron antes de alinearse para mostrar la terrible figura del padre de Jukucha descubriendo los mangas, animes y CDs con yaoi que su hija tenía. El hombre, con dramáticas sombras que le ocultaban el rostro, y un fondo tapizado con svásticas fuera de foco, encendió una hoguera y tiró todo ahí, incluso la PC y los discos de respaldo. Después canceló el Internet en su casa por toda la eternidad.
Jukucha casi podía verse cayendo hacia una espiral de terror.
“¡NOOOOOoooooooOOOOOOOooooooooo!!!11!11!uno!!”
Voldemort lanzó su Risa Malvada™ y Wormtail hizo coro, siguiendo la cláusula 23 de su contrato de minion.
La pobre y agonizante fangirl llevó las manos a los lados de su rostro y se dejó caer al suelo patéticamente, con el mal (¿o buen?) tino de que su pierna impactó contra el caldero y lo derramó sobre Lord Voldemort (Wormtail logró convertirse en rata y brincar hacia un lado justo a tiempo).
“¡Me derrito! ¡Me derrito!” gritaba Voldemort, y lo siguió gritando cuando llegaron los paramédicos para llevarlo al hospital y tratarlo por quemaduras de tercer grado. Jukucha sólo necesitó un poco de oxígeno y una corta charla con un terapeuta que le asegurara que lo que vio en el caldero era una ilusión y que su papá seguía ignorante del pr0n al que su hija era adicta.
Cuando Jukucha se calmó lo suficiente, regresó al calabozo para sacar de ahí su mochila con mangas yaoi. Y sacó a sus compañeras de viaje, aprovechando que le quedaba de paso.
El grupo abandonó el castillo de Lord Voldemort y regresó de inmediato a Ciudad Esmeralda. El recaudador de impuestos, agradecido porque lo salvaron de una muerte lenta y dolorosa, les ofreció alojamiento en su residencia. Al principio, las chicas se resistieron a aceptar, mas resultó que todos los sirvientes eran bishounes a los que no les molestaba en lo absoluto ofrecer fanservice.
Al día siguiente, a la inhumana hora de las diez de la madrugada, Jukucha, Fújur, Kandra, Nekocha y Rufus salieron de vuelta hacia el edificio donde estaba la oficina de Sirius Black y Remus Lupin.
En esta ocasión, tal y como había dicho el recepcionista, ambos se encontraban ahí esta vez, aunque pareciera que no; la espaciosa y elegante oficina estaba en apariencia vacía.
“Y luego que por qué odio la burocracia.”
“Un segundo,” dijo Nekocha. Sus orejas se movían frenéticamente. A continuación, se puso en cuatro patas y olisqueó el suelo; encontró un rastro y se puso a seguirlo. No tardó en detenerse frente a una cortina. “¡Aquí!” gritó, arrancándola.
“OMG! KAWAII DESU YO!!!!” fue el grito general que siguió al de la leona.
“Er... por favor, no presten atención al animago ni al licántropo detrás de la cortina...”
“Muy tarde,” dijo Nekocha, riendo por lo bajo.
“¿Se tienen que vestir?” gimió Jukucha.
“¡Esperen a que haga un fanart!” pidió Kandra.
“I SO RULE!” exclamó Fújur, ambos brazos en alto, sus manos formando dos 'V' de victoria.
“Em... ¿qué se les ofrece?” preguntó Remus, rojo, detrás de su escritorio.
“¿Fotos?”
Un susto ocasionado por un enorme perro negro después, las viajeras de Yaoz expusieron los motivos que las llevaron a la capital, y mencionaron que Dumbledore las envió. Eso, el Sombrero Seleccionador y a imperiosa necesidad de quitárselas de encima, logró que tuvieran lo que querían (excepto por la fotos) frente a ellas en menos de quince minutos.
“¿Ya se van?”
“No,” replicaron a coro, mirando las cajas con arrobamiento.
El perro comenzaba a gruñir de nuevo cuando, inesperadamente (o quizás no), la puerta de la oficina se abrió en una explosión de luces y plumas de fénix.
“¡El director bueno del norte!” gritó Jukucha.
“Exhibicionista,” murmuró Nekocha.
“Me alegra ver que cumplieron sus objetivos y que se encuentran bien,” dijo Dumbledore. “¿Cómo estuvo su viaje?”
“¡Increíble!” respondió Jukucha. “Ya no quiero regresar a mi casa.”
“¿Por qué no?”
“Está usted preguntando lo más obvio.”
“Seguro que preguntó sólo por cortesía.”
“Jukucha, tienes que regresar a tu casa.”
“¡¿¿¿Por quéeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee???!!uno!!unmilloncientooncemilonce!!”
“Jukucha,” intervino Fújur, pasando una mano por encima del hombro de la chica. La cabeza de la espantapájaros se inclinaba ligeramente hacia un lado debido al peso del nuevo cerebro. “Jukuchita linda, Jukuchi-pooh, dime, disfrutas mucho estar en Yaoz, ¿verdad?”
“¡Definitivamente!” asintió la otra.
“Pues bien, en ese caso, ¿no te gustaría regresar?”
“¡Por supuesto!” replicó Jukucha, los ojos brillantes por la emoción.
“Por favor, cierra los ojos que me encegueces. Gracias. Bueno, mira, no puedes regresar a Yaoz si no te vas antes. Así que toma este boleto para el siguiente tornado (es a las 4 p.m.), firma aquí de recibido y acá en la copia, ¡y podrás regresar a Yaoz todas las veces que quieras! : D”
“¡Muchas gracias!”
“No puedo creerlo,” gruñó la leona, pasándose la garra por el rostro.
“Fújur es muy desconsiderada y manipuladora,” comentó Kandra.
“Sí, eso también.”
Mientras Jukucha miraba su boleto con embeleso, Dumbledore observaba fría y calculadoramente a Fújur. Después de un rato dijo “Mmm...”. Sólo eso, pero logró que Lupin tragara saliva. Y el hecho de que Lupin tragara saliva, logró que Black tragara saliva a su vez; una cadena de acontecimientos que no auguraba nada bueno. O tal vez sí, depende de quién lo vea y cómo lo vea. El punto es que las cosas iban a cambiar en la administración de Yaoz y, si los lectores (el plural es porque se asume que habrá por lo menos dos), no tienen idea de qué va a suceder, es que no han leído el libro ni visto ninguna de las películas ni el anime, de tal forma que si no se huelen lo que sigue merecen el susto *inserte risa maligna aquí* En caso de que sí sospechen o sepan lo que siguen, merecen una estrellita virtual en sus frentes virtuales.
“Ese puesto, ¿aún está desocupado?” preguntó Dumbledore, utilizando la ambigüedad de la que hacen gala los mangas para mantenerlo a uno en vilo.
“No, aún no...” murmuró Remus, en el mismo tenor.
“Dumbledore, no pensarás...” exclamó Sirius, mientras el fondo detrás de él se oscurecía drásticamente.
“Probablemente...” asintió el director. A poca distancia, Fawkes batió las alas para ocasionar un viento que movió el cabello y las barbas de su amo.
“Pero...” Lupin parecía muy preocupado.
“¿Estás seguro de eso?” Black apretó los puños.
“¡Ya párenle al wangst o me como al pollo!” gritó Nekocha, levantando en alto a Fawkes, a quien había sujetado del cuello.
Dumbledore explicó entonces que el puesto del Burócrata Mayor de Yaoz estaba vacante y que Fújur era la candidata perfecta; todas las cualidades que había demostrado durante el viaje la avalaban.
“Te odio.”
“He decidido ya cuál será mi primer mandato como Burócrata Mayor,” dijo Fújur después de la ceremonia de aceptación, que nos saltamos porque al autor le da harta flojera describir lo que sucedió. “Ordenaré que suelten un cargamento de ukes en el bosque S. M. Ental. El pobrecito que se le escapó a la gata ya debe estar bien guango.”
“No sé,” dijo Jukucha. “Vi los papeles de la demanda contra el emporio y el uke que llevó Nekocha es Ayase. Seguramente lo encontró Kanou.”
“En ese caso, pobrecitos de los otros semes,” dijo Fújur. “Aceleraré el trámite para que suelten a los ukes antes de que Kanou los mate.”
“Por cierto, son las tres y media, ya casi es hora para que Jukucha se vaya.”
“Oh, cierto. Vamos a la terminal de tornados para despedirla.”
“Qué tristes se oyen...” masculló Jukucha.
“Te prometo que te vamos a extrañar.”
“La heroína que mandó a Voldemort al hospital con quemaduras de tercer grado.”
“Te haremos una estatua.”
“Tan pronto como recolectemos el suficiente dinero, por supuesto.”
“Organizaremos un Teletón, tú no te apures.”
El viento comenzó a soplar y soplar y soplar, cada vez más rápido. Jukucha aseguró bien su mochila y abrazó a Rufus.
“¡Los voy a extrañar a todos! ¡En especial a los bishies!”
“Sí, yo sé. Y ya te dije que puedes regresar cuando quieras.”
“Lo haré, lo haré.”
La chica, con una lágrima deslizándose por su mejilla, se elevó por los aires. Extrañaría el lugar, de eso estaba segura. Se hizo la promesa de volver tan pronto como fuera posible, tantas veces como fuera posible y por tanto tiempo como fuera posible.
“Vaya, por fin.”
“Ahora tenemos que preocuparnos por lo más inmediato: el Burócrata Mayor es una fangirl con tendencias marysueistas,” susurró Sirius.
“Pero una Sue decente: yo sólo miro; no tengo interés alguno en separarlos,” intervino Fújur, mirando a su OTP con ojos de borrego a medio morir.
“Sí, pero...”
“Nada. Ustedes dos, fuera ropa y a la cama. Vayan calentando motores mientras voy por mis palomitas.”
“¿Cuándo volverá Jukucha?” preguntó Kandra, también de camino a la cocina del edificio, junto a Fújur y Nekocha.
“No lo sé,” dijo Fújur. “Pero sus papeles siempre se pueden hacer perdedizos en aduana.”
“¡QUÉ POCA!”
“Quizás, pero me garantiza reelección,” dijo Fújur, con una sonrisa malvada. “Sin embargo, siempre acepto sobornos.” La espantapájaros guiñó un ojo y comenzó a cantar “Fiesta, fiesta, pluma, pluma, gay...” ignorante de las miradas incrédulas de la leona y la chica de hojalata.
Fandom: Er... varios : D
Resumen: Regalo de cumpleaños megaatrasado para
![[livejournal.com profile]](https://www.dreamwidth.org/img/external/lj-userinfo.gif)
Raiting: PG-13.
Advertencias: Yaoi, insertos propios y ajenos, algunos chistes internos, estupidez en general.
Palabras: NPI.
Comentarios: No olviden quién es el autor :D (de todas formas, ya firmé el testamento).

Mientras observaba los árboles y los edificios pasar volando frente a su ventana y veía al amado suelo alejarse cada vez más y más, Jukucha Faldren abrazaba a su perro Rufus. Ambos eran presa de una histeria galopante; Jukucha estaba como petrificada al sentir que todo se movía, y Rufus hacía hasta lo imposible por zafarse de ese abrazo que no lo dejaba respirar.
De pronto, tras un angustioso momento de duración indefinida, el suelo se acercó de nuevo, rápido, rápido, cada vez más y más rápido, hasta que
la casa de Jukucha sufrió contra él un encuentro cercano del tipo que duele.
En el preciso milisegundo del choque, Rufus vio pasar delante de sus ojos toda una vida de perro mimado, llena de huesos; Jukucha vio delante de los suyos una vida de fangirl mimada, llena de yaoi, de slash y de buttsex en general (y queso, mucho queso).
Jukucha tardó unos momentos en recobrar el equilibrio y la perspectiva del tiempo-espacio. Tan pronto como se asentó su estómago y pudo distinguir el techo del suelo, la chica tomó a Rufus en brazos y se asomó por la ventana.
Tal y como el lector seguramente lo espera después de leer lo anterior, ni la joven ni el perro reconocieron nada del paisaje. Bueno, sí, podían decir esto es un árbol, o esta es una roca, o aquello es un arbusto, pero los elementos estaban distribuidos de tal forma que, con sólo verlos, Jukucha y Rufus dedujeron que la casa cayó en un lugar en el que nunca antes habían estado. Así, pues, fue perfectamente válido que Jukucha susurrara “Ya no estamos en Lima, Rufus” al oído del perro, por más que este meneara la cabecita y pensara “Gracias, Princesa de lo Obvio.”
Tras asegurarse lo mejor que pudo que no había tipos malencarados allá afuera, Jukucha se atrevió a asomar la nariz. Viendo que nada sucedía, sacó la cabeza. Luego, la metió, volvió a asomar ahora hasta el hombro, se escondió, y así sucesivamente. Cuando por fin salió del todo:
“Tardaste mucho,”dijo una voz a su derecha. “Parecías un ratoncito asustado.”
Por lo repentino, Jukucha no pudo menos que dar un brinco, y cayó en brazos del misterioso dueño de la misteriosa voz, quien, según descubrió la chica tras una inspección más detallada, resultó ser mucho menos temible de lo que su susto le indicó en un principio.
“No quiero ser grosero, pero a mis años mi espalda ya no es lo que solía.”
“Lo siento...” masculló Jukucha bajando de los brazos del anciano de larga barba blanca, nariz torcida y brillantes ojos azules. “Oiga, usted me parece conocido.”
“Mi nombre es Albus Dumbledore. Soy el director bueno del norte.”
Jukucha parpadeó antes de responder. “Mi nombre es Jukucha Faldren, mucho gusto.”
“Igualmente, Jukucha. Te doy la más cordial bienvenida a la tierra de Yaoz,” exclamó Dumbledore, haciendo caso omiso de la cara de perplejidad del 50% de su auditorio. El otro 50% estaba olisqueando el lugar donde había caído la casa.
“¿Yaoz?”
“Sí, Yaoz: la mágica tierra donde todo es posible.”
“Suena a publicidad.”
“Por eso lo pusimos en el panfleto,” señaló Dumbledore mientras abría un paquete de caramelos que sacó del bolsillo.
Jukucha parpadeó de nuevo. Tras unos segundos, añadió: “Esto está muy bonito y todo, pero no puedo quedarme mucho tiempo: tengo que ir a trabajar mañana... ¿Cómo puedo irme de aquí?”
“Necesitas una visa. Para conseguirla, tienes que ir al Consulado General en Ciudad Esmeralda,” el anciano guiñó un ojo y añadió en voz baja: “Pregunta por Remus Lupin o por Sirius Black, diles que yo te envié y muéstrales este Sombrero Seleccionador. Así podrás evitar muchos trámites.”
“¡Yay, gracias!” Jukucha iba a dar un paso cuando se dio cuenta de algo. “¿Y cómo llego a Ciudad Esmeralda?”
“Por el camino de ladrillos amarillos,” respondió el anciano, señalando a su izquierda donde, efectivamente, comenzaba un laaaaaaaaaaaaargo camino color amarillo.
Jukucha parpadeó otra vez. “¿Ciudad Esmeralda queda muy lejos?”
“Un poco, sí. Pero es el único lugar donde conseguirás una visa.”
“Bueno. Empaco unas cosas y me voy. ¡Ven, Rufus! ¿Rufus?”
El perro en cuestión asomó la cabeza desde una esquina de la casa y luego se alejó, indicando que quería que lo siguieran. Cuando Dumbledore y Jukucha lo alcanzaron, encontraron un par de botas que sobresalían por debajo de la casa. A los pocos metros, Jukucha encontró un característico bastón cuya empuñadura tenía la forma de una cabeza de serpiente con las fauces abiertas. Jukucha la apretó contra su pecho y lloró. “¡Ay, no! ¡Maté a movie|Lucius!”
Dumbledore se acercó y le susurró algo con la intención de consolarla, mas Jukucha no escuchó debido a los gritos que pegaba: “¡Tan buenote que estaba el güero! ¡Ya no habrá más escenas babeables de Snape con él!”
Algún tiempo después, cuando Jukucha logró controlarse, descubrió que Dumbledore ya le había empacado el Sombrero Seleccionador, agua y comida en cantidades suficientes dentro de una mochila de fácil transportación. Sin embargo:
“¿Y mi pr0n? ¡Yo no voy a ningún lado sin pr0n!”
De esa forma, la mitad de las provisiones fueron reemplazadas por mangas yaoi.
Una vez listo el equipaje, dadas las instrucciones y hecho el ánimo, Jukucha emprendió el viaje seguida del fiel Rufus y llevando consigo el bastón de Lucius como recuerdo del crimen que, sin querer, había cometido.
Además, Dumbledore le dijo que quizás podría serle útil.

Jukucha y Rufus caminaron por un par de horas hasta que se cansaron. La chica, entonces, buscó con la mirada una sombra bajo la cual poder sentarse. Pronto, divisó un frondoso árbol no demasiado lejos. Para llegar a él tendría que atravesar un campo de maíz, mas esto no representaba ninguna dificultad, ya que las plantas eran aún pequeñas y le llegaban a Jukucha hasta la cintura. El que sí tuvo un poco de problema fue Rufus, quien era mucho más pequeño, pero el animalillo logró seguir a su dueña gracias a su olfato.
A la mitad del camino, Jukucha escuchó un lamento horrible que le heló la sangre y que la hizo voltear como si de un tren descarrilado se tratase. No tardó en ubicar de dónde provenía lo que escuchaba: de un espantapájaros sentado sobre una silla de madera que a su vez estaba sobre una plataforma, como si en lugar de espantapájaros fuera salvavidas. Un poco temerosa, Jukucha se acercó y le preguntó qué le sucedía.
“¡Ya me harté de estar aquí y quiero largarme!” contestó el espantapájaros, cuya voz confirmó lo que Jukucha sospechaba desde que lo vio un poco más de cerca: se trataba de un espantapájaros del género femenino. Usaba ropa de un estilo hippie y tenía lentes tan gruesos que apenas dejaban ver sus ojos castaños.
“¿Y por qué no te bajas?”
“Porque no sé cómo,” replicó la espantapájaros, cruzando los brazos en son de berrinche.
“Usa las escaleras,” dijo Jukucha en tono de duh!
La espantapájaros parpadeó. Después, miró a su alrededor, descubrió la mencionada escalera y bajó por ella. “Muchas gracias,” dijo una vez que sus pies estuvieron sobre el suelo. “Eres muy inteligente.”
“No es para tanto,” se sonrojó Jukucha. “Pudiste haberte dado cuenta tú misma.”
“No creo,” replicó la espantapájaros. “Verás, no tengo cerebro.”
“¿Y cómo es que vives si no tienes cerebro?”
“Estamos en Yaoz, la mágica tierra donde todo es posible.”
“Ah.”
“Como sea, necesito un cerebro para conseguir un trabajo mejor que este, pero los trámites en Ciudad Esmeralda tardan siglos, y tengo problemas para llenar las formas porque no tengo cerebro. Es todo un círculo vicioso, o catch-22, como dirían en inglés.”
“¿Por qué no vienes conmigo? Yo voy a Ciudad Esmeralda por una visa y Dumbledore me dijo que con su nombre me podía evitar muchos trámites.”
“¿Dumbledore? ¿El señor Big Enchilada? ¡Con su nombre se pueden mover montañas en Ciudad Esmeralda en un abrir y cerrar de ojos! Er... ¿tienes pruebas de que te envió él?”
“La duda ofende,” dijo Jukucha, y le mostró a la espantapájaros el Sombrero Seleccionador que el director bueno del norte le entregó.
“¡'Pos ya 'ta! ¡Tiene usted una nueva compañera de viaje! Fújur Preux, a sus órdenes,”dijo la espantapájaros, extendiendo su mano.
“Jukucha Faldren,” respondió la chica, correspondiendo al apretón.
Y así, Jukucha, Fújur y Rufus emprendieron el viaje por el camino de ladrillos amarillos, rumbo a Ciudad Esmeralda.
“Por cierto, lo de 'a tus órdenes' es nada más un decir, ¿eh?”
Mientras tanto, en el extremo oeste de Yaoz, una fuerza siniestra oculta entre las sombras observaba el mágico país donde todo es posible a través de su caldero mágico. O, mejor dicho, gracias a una poción hecha en ese caldero, pero como todavía estaba en fase de prueba no la habían embotellado. El punto es que nuestra figura misteriosa descubrió a los tres viajeros (chica, espantapájaros y perro); al momento sintió que la sangre le hervía de furia. Hizo venir a uno de sus asistentes más fieles y le ordenó que confirmara lo visto en la poción. Dicho asistente, por cierto, había sufrido un percance que lo había condenado a llevar sobre su espalda un enorme par de alas membranosas por una temporada, que lo hacían ideal para cumplir su cometido.
Tras la obligada caravana, el ratón volador salió por un agujero del techo, dispuesto a cumplir el mandato de su señor o morir en el intento.
De todas formas, de fallar su señor lo mataría, así que al final daba lo mismo.

Era ya pasado mediodía, y Jukucha tenía un hambre terrible, por lo que el grupo se detuvo a degustar los sagrados alimentos. Todos excepto Fújur, pues los espantapájaros no necesitan comer.
“Ideal para mantenerse en forma,” declaró, soltando una risita tonta, mientras se preparaba para escapar de lo que le auguraba la no muy gentil mirada de Jukucha.
“No iba a darte,” gruñó la joven.
“No iba a pedirte.”
“Vaya compañera de viaje.”
“¿Preferirías ir sola por estos caminos desconocidos? No creo que sea seguro. Oye, y ¿qué traes ahí?” preguntó Fújur para cambiar la conversación. Se agachó y rebuscó dentro de la mochila de Jukucha, sacando al poco rato uno de los mangas yaoi. No tardó en estar babeando.
“¡No lo ensucies!”Jukucha le aventó una servilleta a la espantapájaros para que se limpiara.
“Gracias,” respondió ésta. “No se me habría ocurrido porque no tengo cerebro.”
Jukucha soltó un profundo suspiro que fue seguido por otro.
“¿Qué fue eso?”
“¿Qué?”
“¡Ese suspiro!”
“¿No fuiste tú?”
“No. Escuché otro. Y no fuiste tú porque estabas limpiándote la baba. A menos que seas ventríloca.”
“Ventrílocua. Y no, no soy; ¿cómo podría aprender si no tengo cerebro?”
“Pues no sé, pero yo oí algo.”
“¿No fue Rufus?”
“No, él sigue comiendo.”
En ese momento, se hizo un silencio incómodo roto por un quejido. Tanto Jukucha como Fújur y Rufus voltearon en todas direcciones, buscando al emisor. Lo encontraron cinco minutos después, detrás de una piedra.
Se trataba de una chica de hoja de lata, de cabello negro y rasgos orientales.
“¿Qué te pasa?” le preguntaron.
“Yo diría que está trabada, pero ¿qué voy yo a saber si no tengo cerebro?”
La chica de hojalata, al ver a los otros dos, hizo más ruidos. Finalmente, tras jugar 'adivínalo con señas' sin señas por aproximadamente diez minutos, Jukucha y Fújur entendieron que lo que necesitaba era aceite.
Pero, ¿de dónde sacar aceite?
Veinte minutos más tarde, se enteraron que había una lata debajo de un matorral cercano. Rápidamente, le pusieron aceite en todas las articulaciones para que pudiera moverse libremente.
“Muchas gracias,” les dijo. “Hace tiempo que no me puedo mover. Iba camino a Ciudad Esmeralda a preguntar por los trámites para conseguir un corazón cuando comenzó a llover y no encontré dónde refugiarme.”
“¡Qué casualidad!” exclamó Jukucha. “Nosotras también vamos allá. Yo por una visa y ella por un cerebro. ¿Por qué no vamos juntas?”
“Bueno, siempre es agradable tener compañía en las filas. ¡Duran eternidades! ¡Las detesto!” casi gritó la chica de hojalata. “¡Las odio!”
“En mi tierra diríamos que te ponen como araña fumigada,” dijo Fújur, pensativa.
“No te preocupes,” terció Jukucha. “Tenemos una palabra mágica para saltarnos todas las filas.”
“¿Qué palabra?”
“Dumbledore.”
“¿Dumbledore?”
“Dumbledore,” asintió Jukucha, mostrándole el Sombrero Seleccionador.
La chica de hojalata frunció el ceño, considerando si debía o no confiar en ese par de desconocidas. Mas le parecieron tan inofensivas que al final decidió unirse a ellas. Se presentó como Kandra Laere, estrecharon manos y partieron, no sin antes, claro, llevar consigo lo que quedaba del aceite.
El pequeño ratón alado observaba. Aún no tenía información suficiente para concretar nada y regresar con su amo, así que decidió seguir a la pequeña caravana y ver qué sucedía.

El grupo se detuvo frente a una masa de árboles de aspecto no muy agradable. El camino amarillo se introducía en medio de ellos, tenebroso y húmedo, ocultado quién sabe qué peligros en su interior. Sin embargo, al voltear a los lados, no se apreciaban los límites a simple vista.
“¿Tenemos que cruzar el bosque?”
“Por ahí va el camino amarillo, y el bosque se ve muy grande: quién sabe cuánto tardemos en rodear, así que definitivamente sí tendremos que cruzar. Y mira que yo, que no tengo cerebro, estoy del todo segura.”
“El bosque no se ve tan feo,” comentó Jukucha, mientras miraba pensativamente el letrero que tenía frente a ella.

“¿Nunca has visto un panfleto de Yaoz? Todos dicen que este bosque es terrible, y que ahí habitan animales peligrosos, como leones, tigres y osos, todos semes.”
“¡Qué horror! ¿No hay ni un sólo uke?” Jukucha estaba casi al borde de las lágrimas.
“Pero los leones y los tigres viven en las sabanas, no en bosques de coníferas. Pero qué voy a saber yo...”
“...si no tengo cerebro,” coreó Jukucha.
“Mejor comencemos a avanzar, si no hay más remedio que pasar por ahí. Además, no creo que corramos ningún riesgo; los semes sólo atacan ukes.”
“¿No entramos nosotras en la definición más básica de uke?”
“De haber sabido, me traigo la metralleta de espantar cuervos.”
“De haber sabido, me traigo un uke...”
Como no había manera de conseguir un uke en tan poco tiempo y dicen que “al mal paso darle prisa”, las tres chicas y el perro se internaron en el sombrío bosque. Rufus olisqueaba el suelo con mucho cuidado. Detrás de él, Jukucha, Fújur y Kandra iban codo con codo y miraban nerviosamente a su alrededor a cada momento.
Dentro del bosque S. M. Ental el camino amarillo daba muchas vueltas sobre sí mismo, formando segundos y hasta terceros pisos, así que el grupo de caminantes perdió ahí mucho más tiempo del que esperaban. Lo más curioso era que no habían visto ninguno de los peligrosos animales anunciados en el panfleto.
“Tal vez es su día libre,” comentó Fújur.
“O quizás son nocturnos,” señaló Kandra.
El sol comenzó a esconderse.
“¡No quiero pasar la noche aquí!”
“Pero si no hay nadie.”
Sin embargo, en ese momento, Rufus, que olisqueaba los arbustos, gimió y corrió a los brazos de su dueña.
“¿Estás segura?” exclamó Jukucha, abrazando a su asustado perro.
Las chicas no tardaron en darse cuenta de qué fue lo que espantó al perrito: escucharon un ruido de ramas rompiéndose detrás de unos arbustos.
Algo se acercaba.
Y se acercaba...
Jukucha corrió a esconderse detrás de Fújur, quien inclinaba la cabeza hacia adelante, muerta de curiosidad. Por su parte, Kandra se colocó en pose de defensa; pocos recibían un golpe de sus puños de hojalata y vivían para contarlo.
Se escuchó entonces un rugido que resonó por todo el bosque y que encontró su camino por la espina dorsal de Jukucha.
El tiempo pareció detenerse por unos instantes hasta que, entre las hojas de las plantas, aparecieron dos puntos brillantes.
Menos de un segundo después, esos puntos se proyectaron hacia adelante.
Cuando Jukucha abrió de nuevo los ojos encontró delante de ella un gato enorme, de color amarillento, que le devolvía la mirada desde un rostro de expresión divertida.
“¡Uno de los leones seme!”
“No, es una leona,” señaló Fújur, tras acercarse y levantar una de las patas traseras de la criatura para verificar.
“¡Oye! ¡Deja ahí!” exclamó la felina empujando a la espantapájaros de un zarpazo. “¿No te bastaba con verme las boobs?”
“Hay bishies que tienen boobs,” respondió la espantapájaros desde el suelo, mientras el resto del grupo asentía.
“En fin...” gruñó la leona. “¿En qué estábamos? Ah, sí,” se levantó sobre sus dos patas traseras, colocó los brazos en jarras y exclamó con voz fuerte: “¿Quiénes son ustedes y qué hacen en los dominios de Nekocha Snape...? ¡Soy adoptada! ¿Qué les importa? ¡Dejen de verme así!”
“Lo siento...”
“¡Bueno, hablen! No me gusta ignorar la identidad de mis alimentos.”
“¡Antes de comerte a mis amigas tendrás que pasar sobre mi chatarra!” gritó Kandra.
“Espera, Kandra,”intervino Fújur colocando un brazo en el hombro metálico de la aludida. “No puedes hablar en plural porque la leona aquí presente sólo puede comerse a Jukucha. Yo soy de paja y tú eres de metal...”
“¡Si el león me come por tu culpa voy a abrir tu panza y te voy a destripar la paja!” gritó Jukucha.
“¿Y cómo lo harás estando muerta?” preguntó Nekocha.
“¿Se trata de algo que se me escapa porque carezco de cerebro?” inquirió la espantapájaros rascándose la sien. “Por cierto, el S. M. Ental es un bosque sólo de semes, ¿qué hace una leona aquí?”
“No les importa.”
“Seguro que vino de voyeur.”
“No. Les. Importa.”
“¡Eres de las mías!” gritó Jukucha, de pronto con el brazo sobre los hombros de la leona. “¿Has visto algo interesante?”
“Nada que te incumba.”
“¡Claro que sí me incumbe! ¡Yo también quiero ver!”
“No te estreses, Jukucha,” dijo Kandra. ¿Qué tan interesante puede ser ver a dos semes? Seguro que terminan mandándose al diablo mutuamente antes de que pase nada.”
“Seguro que eso fue lo que le pasó a la gata y por eso se ve tan frustrada,” aventuró Fújur.
“Para empezar, cara de paja, soy una leona, no una gata. Después: compré un uke en el Emporio de Ciudad Esmeralda pero se me escapó hace horas.”
“¿Un uke? ¿Tenías un uke?”
“A estas alturas ya debieron haberlo atrapado los semes, por eso no hemos visto ninguno.”
“Pobrecito uke... deben estar dándole hasta por las orejas.”
“¡Quiero veeeeeeeeeeeeeeeeeeeeer!”
“En el Emporio me garantizaron que el uke era obediente y que trayéndolo me tocaba asiento en primera fila, pero me engañaron. ¡Quiero sangre!” exclamó Nekocha levantando un puño en alto.
“¿Por qué no vienes con nosotras?” ofreció Jukucha.
“También vamos a Ciudad Esmeralda,” dijo Kandra. “Yo por un corazón, Fújur por un cerebro y Jukucha por una visa.”
“Y por las filas no te preocupes; tenemos una palabra mágica para abrir todas las puertas burocráticas.”
“Si por las filas no me preocupo,” la leona mostró sus garras. “¡Ay de aquél que se interponga en mi camino!”
“No deberías,” interrumpió Fújur.
“¿Por qué? El nepotismo también está fuera de ética.”
“Causar daño físico a un tercero para conseguir beneficios personales es mucho peor.”
“Un daño es un daño.”
“Es indispensable hablar de grados.”
Así, mientras el grupo continuaba por el camino amarillo con su nueva adición, la espantapájaros y la leona se enzarzaron en la primera de muchas discusiones sobre ética y filosofía.

El ratón alado regresó a la guarida de su amo, la cual, por cierto, se parecía mucho al castillo del rey Haggard. Una vez ahí, procedió a dar su informe:
“Señor, malas noticias: son yaoi fangirls y se multiplican rápidamente. ¡Tenemos que hacer algo!”
“¿Qué hay del bastón que vimos?”
“Sí, es el de
Un sollozo se perdió en el aire.
“Has venir a su hijo; le daré la noticia personalmente.”
“Sí, señor.”
“Y llama al resto de tus compañeros. Esto se ha convertido en algo personal.”
“Sí, señor.”
Un par de horas después, un grupo de personas vestidas de negro, encapuchadas y con una máscara cubriéndoles el rostro, plantaban flores a poca distancia de Ciudad Esmeralda, a ambos lados del camino amarillo.
“No entiendo cómo estas flores van a detener a esas fangirls.”
“¿No viste la etiqueta? Son flores del sueño eterno. Si alguien pasa por aquí sin máscara, aspirará el polen y dormirá para siempre.”
“Sí, sí la vi, pero pensé que los lectores necesitaban una explicación.”
“Ahp.”
Media hora más tarde, Jukucha, Kandra, Fújur, Nekocha y Rufus se acercaron al lugar donde los encapuchados sembraron las flores.
“¡Miren! ¡Qué bonito!” exclamó Jukucha, señalando hacia el frente.
“Sí, precioso...” comentó Nekocha con cara de circunstancias.
“Pensé que a los gatos les gustaba la hierba.”
“¡Que soy una leona!”
“Da lo mismo.”
“No, no da lo mismo.”
“¡Jukucha!” gritó Kandra de pronto, pues la aludida estaba a unos metros de distancia, justo en medio de las flores, tendida cual larga era y no daba señales de vida. El resto del grupo corrió a su encuentro, mas tan pronto como se acercaron, tanto Rufus como Nekocha cayeron al suelo cual fardos.
“¿Qué les sucede?” preguntó Kandra, las manos contra su pecho.
“No lo sé, puesto que no tengo cerebro,” dijo Fújur rascándose la sien.
“¿Y qué hacemos?”
“NPI.”
“No podemos dejarlos aquí...”
“Yo me llevo a Rufus.”
Fújur levantó al perrito en brazos y fue hacia el camino, dejándole a Kandra la tarea de llevarse a Jukucha y a Nekocha. Por fortuna, la chica de hojalata tenía la suficiente fortaleza para cargar a esas dos.
“¡Fújur! ¡Mira allá!” exclamó Kandra de pronto, señalando hacia su izquierda y soltando en el proceso a Nekocha, quien, por supuesto, no se dio cuenta de nada.
En aquel lugar, Fújur vio un par de conejos, una ardilla, una veintena de pájaros de diversos tamaños y colores, y, allá en el fondo, un oso, todos dormidos en la proximidad de las flores amarillas.
“¿Crees que esté relacionado con lo que le pasó a Jukucha y a Neko?” preguntó Kandra, demasiado intrigada como para acordarse de levantar a la leona.
“Más que eso,” respondió la espantapájaros, inclinándose al borde del camino y metiendo una mano entre las plantas. “Estas flores tienen la facultad de hacer dormir a todos los seres vivos que aspiren su polen.”
“Por eso no nos afecto...” susurró Kandra. “¿Existe algún antídoto?”
“Déjame ver,” Fújur se incorporó y le dio la vuelta al paquetito de semillas que había estado leyendo. “Hay tres opciones: recibir el beso de un príncipe bishonen o una princesa bishoujo; llevarlos a una clínica de desintoxicación o que un montón de sanguijuelas les chupe la sangre contaminada.” Fújur guardó el papel entre su paja y se dio la media vuelta.
“¿A dónde vas?”
“A buscar sanguijuelas.”
“De todas las opciones tenías que escoger esa, ¡qué mala!”
“El dinero que traigo no me alcanza para pagar la clínica de desintoxicación, y ¿de dónde diantres vamos a sacar un príncipe o una princesa?”
“NPI.”
“¿Ves? No me tardo.”
“¡Espera! ¡Las sanguijuelas son asquerosas! Quizás podamos encontrar alguien que nos ayude en Ciudad Esmeralda.”
“¿Tú crees?” preguntó Fújur con expresión indefinible. “Yaoz no es una monarquía; es un enorme aparato burocrático que no quiere saber nada de derechos de sangre. Ni de democracia, ya que estamos. Aquí lo que rifa es la dedocracia.”
“¡Existen! He escuchado que hay bishies príncipes.”
Fújur se cruzó de brazos. “Entonces esperemos a que el Deux Ex Machina nos mande alguno. Le doy diez minutos y luego me voy a buscar las sanguijuelas.” Justo cuando la espantapájaros terminó esa frase, se escucharon cascos de caballo acercándose.
“¡No puede ser!” gritó el villano de la historia. “¡Casi acabamos con la mitad!”
“Tienen mucha suerte, señor. Yo jamás habría imaginado que pudiera pasar por ahí un vendedor de sanguijuelas.”
Hubo un momento de silencio, roto sólo por el burbujear dentro del caldero vidente.
“Tengo una idea mucho mejor,” dijo el malvado. “Reúne a tus compañeros en la sala de orgi... er, juntas.”
“Sí, señor.”
“Y dile al que tiró el paquete de semillas que venga; lo castigaré personalmente.”
“Sí, señor.”

“¡Por fin llegamos! ¡Qué bueno! ¡Ya casi se me terminaba el queso” exclamó Jukucha ante las imponentes puertas de Ciudad Esmeralda, que le hacía honor a su nombre y eran de color verde, al igual que las paredes y los uniformes de los empleados de las ventanillas donde tenían que informar de nombre y asunto antes de entrar.
“¿No es genial?”
“Tú cállate, cara de paja,” rugió la leona, aún molesta por haber despertado cubierta de sanguijuelas.
“A l'otra dejo que el viejito las bese; chance y sí era príncipe,” replicó Fújur, con los brazos en jarras. “Pero no puedes culparme realmente, porque no tengo cerebro.”
“¡Ay, qué lata! ¡Y eso que la chatarra es aquella otra.”
“¿Yo qué?” terció Kandra, que se había perdido el intercambio, ocupada como estaba llenando las formas.
“No, nada,” dijo la leona.
“¿De casualidad no dice ahí que tenemos que ponerle correa y bozal a los animales grandes antes de entrar?” inquirió Fújur, fingiendo inocencia.
“Haya paz,” suspiró Kandra.
“¡Las puertas se abren!” dijo Jukucha, sus ojos brillando de la emoción.
Ciudad Esmeralda era un lugar maravilloso en realidad; incluso logró que Nekocha y Fújur dejaran de pelear por algunas horas.
Hay tres reglas inflexibles que deben recordarse cuando uno va a Ciudad Esmeralda. La primera es saber exactamente a qué departamento ir; la segunda, saber por quién preguntar, y la tercera y más importante: llevar un par de cubetas o al menos una tonelada de pañuelos desechables:
Por todas las calles, por todos los rincones, y a través de todas las ventanas, había bishonens, la mayoría de ellos dando show.
Mientras que Rufus deseaba no haber olvidado el impermeable en casa, las chicas creían que habían hecho algo bien e ido al cielo. Se quedaron ahí un buen rato, hasta que llegó el encargado de la limpieza a pedirles que dejaran de hacer crecer el charco. Nuestro grupo de fangirls comenzó entonces con la peregrinación en buscar e la oficina de Sirius Black y Remus Lupin. Tardaron bastante tiempo, aunque no por falta de instrucciones.
Jukucha no podía creer sus ojos. Ni siquiera en sus más locos sueños se habría imaginado caminando en medio de un manga yaoi. Comenzó a cuestionarse si de verdad quería la dichosa visa, y a preguntarse qué tan indispensable era regresar a su casa. No tardó en llegar a una conclusión, y decidió acompañar a las otras chicas sólo porque ellas sí necesitarían el Sombrero Seleccionador para sus trámites, y ella lo guardaba en su mochila.
Después de un par de horas, dieron con el edificio que albergaba el despacho buscado. Entraron. Pasaron por una revisión de metales. Declararon asunto. Firmaron libro de visitas. Se pusieron gafette de visitante. Esperaron a que bajara el elevador. Subieron al séptimo piso. Escucharon al recepcionista decir que aquellos a quienes buscaban habían salido debido a una emergencia. Y no, de verdad habían salido, o la vista del Sombrero Seleccionador las habría hecho pasar de inmediato, y no, el recepcionista no podía hacerlos aparecer ni sacarlos de la manga, así que la señorita podía guardar las garras, muchas gracias. Para mayor desgracia, tampoco sabía a qué hora regresaría, aunque era probable que estuvieran ahí al día siguiente en horas de oficina.
“Vamos a pasear por la ciudad,” sugirió Jukucha.
“Mala idea no es,” dijo la espantapájaros. “Pero deberíamos planear dónde pasar la noche, porque Kandris y no yo nos acabamos el dinero en las sanguijuelas.”
“Yuck.”
“Podríamos revenderlas,” dijo Nekocha mostrando el frasco donde las había guardado.
“¡YUCK!” gritó Jukucha, tapándose los ojos y escondiéndose detrás de Kandra.
“O mejor: ponemos un puesto cerca de donde están las flores y las rentamos a los viajeros que pasen por ahí.”
Y así lo hicieron.
Por fortuna, la zona era de alto tráfico e hicieron mucho dinero con rapidez. Por desgracia, la oficina de recaudación de impuestos se enteró, así que el dinero para pagar una habitación de lujo tardó más en llegar.
Cuando sólo les faltaba un pequeño puñado de monedas, apareció en la distancia un grupo de saltimbanquis, que hacían mucho ruido, er, música, y bailaban en medio de cintas y velos de colores. Las chicas de inmediato corrieron a explicar la situación del campo y a ofrecer sus servicios. Los gitanos, muy amables, asintieron. Sin embargo, en lugar de sacar dinero para pagar por adelantado, sacaron varitas mágicas y petrificaron a todos.
Sí, también a Rufus y al recaudador de impuestos.

Ni Jukucha, ni Fújur, ni Kandra, ni Nekocha, ni Rufus, ni el recaudador de impuestos sabía a ciencia cierta a dónde los habían llevado. Lo único que sabían era que se encontraban en un húmedo, incómodo, frío y espeluznante lugar iluminado sólo por unas pocas antorchas dispersas en la pared.
“Al menos no nos van a cobrar la estancia,” señaló Fújur.
“¿Tienes garantía?” preguntó Nekocha. “Me parece que te vamos a tener que devolver a la tienda de escobas.”
“Acabo de dejar de sentirme mal porque nos hayan puesto en celdas separadas,” suspiró Kandra.
“Yo no,” dijo Jukucha. “Tengo frío, la manta de ahí está mojada y abrazar la piel de Neko me vendría muy bien.”
“Te vas a llenar de pulgas, Jukucha.”
“¡Y dale! ¿Qué tienes contra mí, cara de paja?”
“Eres un animal salvaje, y los animales salvajes suelen tener pulgas. Eso lo puedo asegurar hasta sin tener cerebro.”
“¡Te odio!”
“Cálmense ya. Tenemos que salir de aquí y regresar a Ciudad Esmeralda.”
“Lamento interrumpir,” dijo una voz extraña. “Pero debo informarles que no saldrán de aquí nunca.”
“¿Quién es usted? ¡Salga a la luz!” gritó la leona.
El malvado villano se paró debajo de una antorcha. Al momento, su identidad quedó por fin claramente revelada.
“Es... es...” balbuceó Jukucha.
“¡Voldie-pooh!” exclamaron Kandra y Fújur al mismo tiempo.
“¡Lo sabía!” gritó Nekocha, señalando al Mago Tenebroso con la garra.
“¿Cómo me llamaron?” preguntó Voldemort, furioso, con los puños cerrados y casi temblando.
“Voldie-pooh,” explicó Nekocha. “Ya sabes, tu apodo entre las fangirls, que permanece a pesar de que Rowling pidió que no lo hicieran.”
“Es detestable.”
“Y una costumbre casi imposible de erradicar,” asintió la leona.
“Disculpen que les cambie el tema,” intervino la espantapájaros. “¿Por qué nos trajeron a este lugar, Voldie?”
“Por dos razones. La más importante es ¡que ustedes mataron a
Leona, espantapájaros y chica de hojalata intercambiaron miradas que sin duda querían decir: “¿que nosotras qué?” Mas Jukucha, al escuchar estas palabras, retrocedió hasta quedar pegada a la pared.
“¡Ella fue!” gritó Nekocha, señalándola con la garra.
“Ahora que ya están repartidas las responsabilidades, Voldie, ¿podemos irnos nosotras tres, el perro y el burócrata?” preguntó Fújur, asomando cabeza y brazos por entre los barrotes.
“¿Cómo pueden ser tan malas?” exclamó Kandra.
“Ninguno de ustedes saldrá de aquí,” dijo Voldemort. “Dentro de mi contrato como villano oficial de Yaoz, existe una cláusula que me obliga a deshacerme de todas las fangirls. A los burócratas los odio y el perro... el perro...” El Mago Tenebroso se inclinó sobre la jaula donde estaba el animalito. Rufus, de inmediato, se sentó y le dedicó a su captor una mirada tal, que Voldemort sufrió un momento shoujo. “El perro puede vivir...” dijo al final.
“¡Rufus! ¡Te odio!”
“¡'Inche traidor!”
Voldemort introdujo una mano entre los pliegues de su túnica y sacó una argolla con un juego de llaves. Abrió la puerta de la celda de Jukucha, quien daba la impresión de que estaba a punto de escurrirse por las grietas de la pared. El Mago Tenebroso se acercó despacio, despacio, despacio: disfrutaba el momento, sin lugar a dudas. Tomó a la chica por el brazo y la jaló hacia afuera. En ese momento quedó revelada la silueta de Jukucha grabada un par de centímetros en la piedra.
“¿Puede haber más clichés?” bostezó Nekocha.
“Si quieres...” respondió Fújur, encogiéndose de hombros.
“¿A-a-a-dónde me llevas?”gimió la jovencita al ver que se dirigían a la puerta.
“A la sala de torturas.”
“¿No es aquí?”
“No, es en la torre.”
“Yo pensé que estaría en el sótano... Es el cliché, ¿no?”
“Hay más de un cliché para esto.”
“¡Auxilio!” se escuchó antes de que la puerta del calabozo se cerrara con un Dramático y Wangsty golpe.
“Tenemos que encontrar la manera de escapar y ayudarla,” dijo Kandra.
“¿Para qué?” preguntó Fújur. “Ella es la que está afuera de la jaula; ella es quien debería sacarnos de aquí.”
“Pero...”
“Shikamaru mode on,” Fújur se sentó en el suelo, contra la pared y recargó la cabeza entre sus manos.
Voldemort llevó a Jukucha a través de oscuros pasadizos y largas escaleras de caracol. Cuando por fin llegaron a la cima de la torre, Jukucha que se le iba a salir el corazón por tanto e inusual esfuerzo.
“¿Después de atravesar medio Yaoz para llegara Ciudad Esmeralda?”
“En Ciudad Esmeralda hay bishies por todas partes, eso le quita el cansancio a cualquiera.”
“Fangirls...”
“¿Qué me van a hacer?” preguntó la chica, tratando de repetir el momento shoujo que su perro ocasionó. Sin embargo, Voldemort había completado ya su cuota del año.
“¡Wormtail! ¿Está listo el instrumento de tortura?”
“¡Sí, señor! Todo listo,” respondió el aludido, asomándose detrás de una cortina en el fondo, mientras se limpiaba las manos en el mandil estampado de ratoncitos que tenía puesto.
En menos de un minuto, Jukucha estaba en una esquina del cuarto de torturas frente a un burbujeante caldero.
“¿Me van a hervir como pollo?”
“No, algo mucho mejor, digo mucho peor. Bueno, depende de tu punto de vista.”
Jukucha tragó saliva. Sintió la taquicardia apoderarse de ella y se quedó del todo quieta (no quería sufrir un paro -cardiaco). Cuando Wormtail la llevó del brazo hasta quedar frente al caldero:
“¡Mentiroso! ¡Sí me van a hervir como pollo!”
“Que no. Mira dentro del caldero.”
Y Jukucha miró.
Y lo que vio la aterrorizó.
(Y no es gramaticalmente correcto comenzar oraciones con una conjunción, pero estoy tratando de obtener un efecto estilístico, ¿okey?)
En el interior del caldero, las burbujas giraron antes de alinearse para mostrar la terrible figura del padre de Jukucha descubriendo los mangas, animes y CDs con yaoi que su hija tenía. El hombre, con dramáticas sombras que le ocultaban el rostro, y un fondo tapizado con svásticas fuera de foco, encendió una hoguera y tiró todo ahí, incluso la PC y los discos de respaldo. Después canceló el Internet en su casa por toda la eternidad.
Jukucha casi podía verse cayendo hacia una espiral de terror.
“¡NOOOOOoooooooOOOOOOOooooooooo!!!11!11!uno!!”
Voldemort lanzó su Risa Malvada™ y Wormtail hizo coro, siguiendo la cláusula 23 de su contrato de minion.
La pobre y agonizante fangirl llevó las manos a los lados de su rostro y se dejó caer al suelo patéticamente, con el mal (¿o buen?) tino de que su pierna impactó contra el caldero y lo derramó sobre Lord Voldemort (Wormtail logró convertirse en rata y brincar hacia un lado justo a tiempo).
“¡Me derrito! ¡Me derrito!” gritaba Voldemort, y lo siguió gritando cuando llegaron los paramédicos para llevarlo al hospital y tratarlo por quemaduras de tercer grado. Jukucha sólo necesitó un poco de oxígeno y una corta charla con un terapeuta que le asegurara que lo que vio en el caldero era una ilusión y que su papá seguía ignorante del pr0n al que su hija era adicta.
Cuando Jukucha se calmó lo suficiente, regresó al calabozo para sacar de ahí su mochila con mangas yaoi. Y sacó a sus compañeras de viaje, aprovechando que le quedaba de paso.

El grupo abandonó el castillo de Lord Voldemort y regresó de inmediato a Ciudad Esmeralda. El recaudador de impuestos, agradecido porque lo salvaron de una muerte lenta y dolorosa, les ofreció alojamiento en su residencia. Al principio, las chicas se resistieron a aceptar, mas resultó que todos los sirvientes eran bishounes a los que no les molestaba en lo absoluto ofrecer fanservice.
Al día siguiente, a la inhumana hora de las diez de la madrugada, Jukucha, Fújur, Kandra, Nekocha y Rufus salieron de vuelta hacia el edificio donde estaba la oficina de Sirius Black y Remus Lupin.
En esta ocasión, tal y como había dicho el recepcionista, ambos se encontraban ahí esta vez, aunque pareciera que no; la espaciosa y elegante oficina estaba en apariencia vacía.
“Y luego que por qué odio la burocracia.”
“Un segundo,” dijo Nekocha. Sus orejas se movían frenéticamente. A continuación, se puso en cuatro patas y olisqueó el suelo; encontró un rastro y se puso a seguirlo. No tardó en detenerse frente a una cortina. “¡Aquí!” gritó, arrancándola.
“OMG! KAWAII DESU YO!!!!” fue el grito general que siguió al de la leona.
“Er... por favor, no presten atención al animago ni al licántropo detrás de la cortina...”
“Muy tarde,” dijo Nekocha, riendo por lo bajo.
“¿Se tienen que vestir?” gimió Jukucha.
“¡Esperen a que haga un fanart!” pidió Kandra.
“I SO RULE!” exclamó Fújur, ambos brazos en alto, sus manos formando dos 'V' de victoria.
“Em... ¿qué se les ofrece?” preguntó Remus, rojo, detrás de su escritorio.
“¿Fotos?”
Un susto ocasionado por un enorme perro negro después, las viajeras de Yaoz expusieron los motivos que las llevaron a la capital, y mencionaron que Dumbledore las envió. Eso, el Sombrero Seleccionador y a imperiosa necesidad de quitárselas de encima, logró que tuvieran lo que querían (excepto por la fotos) frente a ellas en menos de quince minutos.
“¿Ya se van?”
“No,” replicaron a coro, mirando las cajas con arrobamiento.
El perro comenzaba a gruñir de nuevo cuando, inesperadamente (o quizás no), la puerta de la oficina se abrió en una explosión de luces y plumas de fénix.
“¡El director bueno del norte!” gritó Jukucha.
“Exhibicionista,” murmuró Nekocha.
“Me alegra ver que cumplieron sus objetivos y que se encuentran bien,” dijo Dumbledore. “¿Cómo estuvo su viaje?”
“¡Increíble!” respondió Jukucha. “Ya no quiero regresar a mi casa.”
“¿Por qué no?”
“Está usted preguntando lo más obvio.”
“Seguro que preguntó sólo por cortesía.”
“Jukucha, tienes que regresar a tu casa.”
“¡¿¿¿Por quéeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee???!!uno!!unmilloncientooncemilonce!!”
“Jukucha,” intervino Fújur, pasando una mano por encima del hombro de la chica. La cabeza de la espantapájaros se inclinaba ligeramente hacia un lado debido al peso del nuevo cerebro. “Jukuchita linda, Jukuchi-pooh, dime, disfrutas mucho estar en Yaoz, ¿verdad?”
“¡Definitivamente!” asintió la otra.
“Pues bien, en ese caso, ¿no te gustaría regresar?”
“¡Por supuesto!” replicó Jukucha, los ojos brillantes por la emoción.
“Por favor, cierra los ojos que me encegueces. Gracias. Bueno, mira, no puedes regresar a Yaoz si no te vas antes. Así que toma este boleto para el siguiente tornado (es a las 4 p.m.), firma aquí de recibido y acá en la copia, ¡y podrás regresar a Yaoz todas las veces que quieras! : D”
“¡Muchas gracias!”
“No puedo creerlo,” gruñó la leona, pasándose la garra por el rostro.
“Fújur es muy desconsiderada y manipuladora,” comentó Kandra.
“Sí, eso también.”
Mientras Jukucha miraba su boleto con embeleso, Dumbledore observaba fría y calculadoramente a Fújur. Después de un rato dijo “Mmm...”. Sólo eso, pero logró que Lupin tragara saliva. Y el hecho de que Lupin tragara saliva, logró que Black tragara saliva a su vez; una cadena de acontecimientos que no auguraba nada bueno. O tal vez sí, depende de quién lo vea y cómo lo vea. El punto es que las cosas iban a cambiar en la administración de Yaoz y, si los lectores (el plural es porque se asume que habrá por lo menos dos), no tienen idea de qué va a suceder, es que no han leído el libro ni visto ninguna de las películas ni el anime, de tal forma que si no se huelen lo que sigue merecen el susto *inserte risa maligna aquí* En caso de que sí sospechen o sepan lo que siguen, merecen una estrellita virtual en sus frentes virtuales.
“Ese puesto, ¿aún está desocupado?” preguntó Dumbledore, utilizando la ambigüedad de la que hacen gala los mangas para mantenerlo a uno en vilo.
“No, aún no...” murmuró Remus, en el mismo tenor.
“Dumbledore, no pensarás...” exclamó Sirius, mientras el fondo detrás de él se oscurecía drásticamente.
“Probablemente...” asintió el director. A poca distancia, Fawkes batió las alas para ocasionar un viento que movió el cabello y las barbas de su amo.
“Pero...” Lupin parecía muy preocupado.
“¿Estás seguro de eso?” Black apretó los puños.
“¡Ya párenle al wangst o me como al pollo!” gritó Nekocha, levantando en alto a Fawkes, a quien había sujetado del cuello.
Dumbledore explicó entonces que el puesto del Burócrata Mayor de Yaoz estaba vacante y que Fújur era la candidata perfecta; todas las cualidades que había demostrado durante el viaje la avalaban.
“Te odio.”
“He decidido ya cuál será mi primer mandato como Burócrata Mayor,” dijo Fújur después de la ceremonia de aceptación, que nos saltamos porque al autor le da harta flojera describir lo que sucedió. “Ordenaré que suelten un cargamento de ukes en el bosque S. M. Ental. El pobrecito que se le escapó a la gata ya debe estar bien guango.”
“No sé,” dijo Jukucha. “Vi los papeles de la demanda contra el emporio y el uke que llevó Nekocha es Ayase. Seguramente lo encontró Kanou.”
“En ese caso, pobrecitos de los otros semes,” dijo Fújur. “Aceleraré el trámite para que suelten a los ukes antes de que Kanou los mate.”
“Por cierto, son las tres y media, ya casi es hora para que Jukucha se vaya.”
“Oh, cierto. Vamos a la terminal de tornados para despedirla.”
“Qué tristes se oyen...” masculló Jukucha.
“Te prometo que te vamos a extrañar.”
“La heroína que mandó a Voldemort al hospital con quemaduras de tercer grado.”
“Te haremos una estatua.”
“Tan pronto como recolectemos el suficiente dinero, por supuesto.”
“Organizaremos un Teletón, tú no te apures.”
El viento comenzó a soplar y soplar y soplar, cada vez más rápido. Jukucha aseguró bien su mochila y abrazó a Rufus.
“¡Los voy a extrañar a todos! ¡En especial a los bishies!”
“Sí, yo sé. Y ya te dije que puedes regresar cuando quieras.”
“Lo haré, lo haré.”
La chica, con una lágrima deslizándose por su mejilla, se elevó por los aires. Extrañaría el lugar, de eso estaba segura. Se hizo la promesa de volver tan pronto como fuera posible, tantas veces como fuera posible y por tanto tiempo como fuera posible.
“Vaya, por fin.”
“Ahora tenemos que preocuparnos por lo más inmediato: el Burócrata Mayor es una fangirl con tendencias marysueistas,” susurró Sirius.
“Pero una Sue decente: yo sólo miro; no tengo interés alguno en separarlos,” intervino Fújur, mirando a su OTP con ojos de borrego a medio morir.
“Sí, pero...”
“Nada. Ustedes dos, fuera ropa y a la cama. Vayan calentando motores mientras voy por mis palomitas.”
“¿Cuándo volverá Jukucha?” preguntó Kandra, también de camino a la cocina del edificio, junto a Fújur y Nekocha.
“No lo sé,” dijo Fújur. “Pero sus papeles siempre se pueden hacer perdedizos en aduana.”
“¡QUÉ POCA!”
“Quizás, pero me garantiza reelección,” dijo Fújur, con una sonrisa malvada. “Sin embargo, siempre acepto sobornos.” La espantapájaros guiñó un ojo y comenzó a cantar “Fiesta, fiesta, pluma, pluma, gay...” ignorante de las miradas incrédulas de la leona y la chica de hojalata.
no subject
te odio.
no subject
no subject
O___O *detiene imperesion*
24 paginas!
ok... leo 7 que ya estn impresas... luego termino ... que me desocupen la maquina...
te amo te amo te amo te amo te amo!
yujuhuy! [/tigger]
no subject
no subject
;O; las extraño.
Casate conmigo! ...de nuevo... Renovemos votos! :D
Cuando llego la parte del bosque S M Ental... yo no lei semental... u.u... lei S "Emental"... u.u... lo hiciste al proposito? Yo pensando "cuando me vere tragar queso hasta la muerte?" y nada... a mi me querian comer ;0;... eso fue bajo u.ú
El dibujo que hice de Fujur!humana!serpiente!espantapajaros!hippie levantandole la pata a Neko!
humana!gata!leona!chica_de_hooters para ver que es hembra es exelente... no que me vanaglorie yo del dibujo, si no que si tú, pequeña serpiente del mal, no me hubieses dado la imagen mental jamásme doleria el dedohubiese logrado eso. XDNPI? encontre que coño era... xD ... voy a usarla.
Termine de imprimir todo pues. Y dibujaba y dibujaba en los contornos... hay globitos en los que salgo yo apoyando o consumiendome en la histeria total, según la trama avanzaba. Como por ejemplo, yo arrugando las hojas impresas con una mano, mientras que con la otra señalo y exijo que me saques del "humedo, incómodo, frio y espeluznante lugar"
Literalmente grite la tortura y me alegro que nadie haya estado en la casa para callarme o decirme "Que mierda te pasa!? Son la 1 de la mañana!" porque el guachiman se ha debido asustar re-feo xD
Debo quemar esa hoja para que no quede evidencia o.o
37 pollos en total y una que otra marca para dibujar mañana xq me duele el dedo horrores...
Fuera de la trama... me encantó el darme cuenta de lo mucho que me conoces por que en algunas partes el personaje en si, reacciona de la misma manera que lo haría yo, y me mata de risa la similitud absurda entre "jukucha" y yo.
De verdad... de verdad, de verdad... Gracias. *hace reverencia*
*baila pluma-gay*
no subject
“Suena a publicidad.”
XDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDD
“No. Escuché otro. Y no fuiste tú porque estabas limpiándote la baba. A menos que seas ventríloca.”
“Ventrílocua. Y no, no soy; ¿cómo podría aprender si no tengo cerebro?”
Eso de no tener cerebro es satira, verdad? o.o
Si eres la genio del grupo o.o
*patea a la sabelotodo*
*sigue leyendo*
Si, es verdad lo que pensaba ¬¬
Así, mientras el grupo continuaba por el camino amarillo con su nueva adición, la espantapájaros y la leona se enzarzaron en la primera de muchas discusiones sobre ética y filosofía.
a True Life Story ¬¬
“Shikamaru mode on,” Fújur se sentó en el suelo, contra la pared y recargó la cabeza entre sus manos.
XDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDD
Y a todo esto, yo queria ver mas a Voldiepoo T_T
Yap, me encanto, sobretodo los titulos :P Se lo falta de iniciativa que tienes para poder algunos. No hay duda alguna de que lo tuyo es la parodia, te sale re-genial ;)