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FELIZ CUMPLEAÑOS, KMIBERTA ;A;
A pesar de ser quien era, a pesar de saber todo lo que sabía, Ken no lograba explicarse por qué sus padres lo llevaban en sus viajes de negocios sólo para dejarlo encerrado en el hotel. Cierto que dejaban la cuenta abierta para que pidiera lo que quisiera de la cocina, o fuera al gimnasio o al salón de juegos infantiles, pero ese no debía ser el punto de un viaje en familia. No obstante, tal vez no estuviera tan mal. Su destino era estar solo, y solía preferirlo así de todas formas.
Eso no quería decir que no se aburriese, y aquella mañana no tenía ganas de pasarla con los otros niños en el salón de juegos, o viendo televisión. Ni siquiera los libros que había traído consigo lo interesaban---además de que esos habían sido los aprobados por sus padres. El solo título de los que a él le habría gustado traer consigo le habría causado una "fuerte impresión" a su padre, por decirlo suavemente. Como esas eran todas las diversiones legales disponibles, no quedó más remedio que voltear a las ilegales. En una fracción de segundo, Ken decidió escabullirse a la calle para recorrer la ciudad.
Estrictamente hablando, no era la primera vez que iba a Chicago. Y a la vez sí. Era un poco confuso, pero en el fondo se alegraba de ver muchos de los edificios y las calles justo como los recordaba. Había habido algunos cambios, desde luego, como era natural asumir en una ciudad que todavía estaba viva, pero Ken estaba seguro de que no se perdería.
Una vez que dio la vuelta en la esquina y se aseguró de que ninguno de los empleados del hotel lo seguía, se esforzó por desempolvar sus recuerdos. Los lugares menos aburridos serían a donde irían primero.
La escena sobrenatural en Chicago solía ser muy animada la última vez que estuvo ahí unas cuantas vidas pasadas atrás. Sin duda seguiría igual. Y por "igual" se refería a "exactamente igual." Al tener vidas más largas, los seres con habilidades mágicas tendían ser renuentes al cambio. (Sólo había que voltear a ver a Shin Makoku, que seguía con pocas variantes de las mismas costumbres de cuatro mil años atrás.) Por lo tanto, era un magnífico lugar para comenzar.
Ken encontró la puerta a los pasadizos subterráneos sin problema. Se mantuvo pegado a la pared, entre las sombras mientras caminaba, para minimizar el riesgo de que algún bienintencionado lo enviara de vuelta al exterior antes de llegar a la parte divertida.
Con lo que no contaba era que ese bienintencionado llevara consigo: a) un perro gigante, b) mucha prisa, c) un monstruo casi pegado a los talones.
Ken se encontró de pronto cargado en el hocico del animal y luego levantado en andas y cargado como costal de papas sobre el hombro de un hombre muy alto. Ese cambio se hizo con rapidez y eficiencia, como si ambos lo hubieran practicado varias veces antes. El chico iba a protestar, pero cuando vio el monstruo que los perseguía y vio no sólo lo horrible que era y que casi abarcaba todo el ancho del pasadizo, se dio cuenta de que si lo hubieran dejado ahí, habría sido su fin. Y no, no estaba listo para reencarnar de nuevo. Así que prefirió quedarse callado.
Los tres llegaron a la superficie. Hombre y perro corrieron un par de calles todavía antes de detenerse, a pesar de que su perseguidor no había salido del subterráneo.
El hombre tomó aire y dejó al niño en el suelo, en ese orden.
-¿Qué hacías ahí? ¿Estás bien?
-Estaba paseando -respondió Ken con toda la inocencia del mundo-. Y estoy bien, gracias.
-Esos lugares no son para pasear.
Ken se mostró contrito.
-Lo sé. Creo que me perdí un poco.
El hombre suspiró profundamente.
-¿Dónde vives? Voy a llevarte a tu casa.
Ken se refrenó de preguntar si lo iba a llevar hasta Japón y en lugar de eso dijo que sus papás no lo dejaban hablar con extraños.
-Harry Dresden -dijo el otro.
-Ken Murata -respondió el niño, tras lo cual dio el nombre de su hotel.
Dresden asintió:
-Bueno, Ken, vamos a tu hotel.
Dresden guió al niño hasta un auto bastante destartalado y multicolor. Con toda seguridad también él era todo un veterano de guerra.
-¿Estarán tus padres ahí?-preguntó Dresden sorprendiéndolo y sacándolo de su tren de pensamiento.
-Yo... eh... preferiría que no les dijera nada de esto -replicó Ken, a pesar de no estar muy seguro de que funcionara.
Dresden dejó entrar al enorme perro en la parte de atrás y se sentó al volante. El motor del auto arrancó.
-¿No son como tú?-preguntó con tono un poco demasiado casual.
-¿Disculpe?
-No has preguntado qué era lo que nos perseguía. Ni siquiera estás alterado por eso.
Ken no supo qué contestar a eso.
-Está bien -siguió Dresden.
-No, no lo está -dijo Ken en automático.
-No, cierto que no -dijo Dresden luego de un largo silencio y un suspiro pesado.
El enorme perro rompió el ambiente al inclinarse hacia el asiento del copiloto y darle un lengüetazo a Ken en la mejilla. Lo hizo reír.
-¿Cómo se llama?
-Mouse. Y creo que le agradas.
Me agrada también, pensó Ken, aunque no lo dijo. Lo demostró, sin embargo, rascando detrás de las orejas.
Dresden sonrió también.
-Hey, Ken, ¿qué tal un helado antes de regresarte?
Ken asintió. Un helado no sonaba tan mal ante la perspectiva de pasarse el resto del día viendo programas que no le interesaban en la televisión. Además, si tenía suerte, quizá podría convencer a Dresden de llevarlo a su trabajo.
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Y SE ME HIZO TAN CUTE ASDJKLAS Y LOL la imagen de Mouse jalando a Murata y luego pasandoselo a Harry mientras corren XDDD.
Me encantó, Fu ;3; ♥♥.
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